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Jueves 20 de Agosto de 2020

Gordofobia: otro espacio de opresión y violencia.

Columna de opinión de la estudiante Sandy Ramos Ñúñez, Trabajadora Social, estudiante del Magíster de Género e Intervención Psicosocial de la Universidad Central.

A lo largo de la historia la corporalidad ha sido un reflejo de lo cultural. A inicios del siglo XX, la  gordura era sinónimo de buena posición y riqueza, sin embargo, en la actualidad la pobreza, bajeza moral y pereza son las nociones populares que la definen sumado a que la literatura científica les define como enfermos. Lo indicado, no es neutral, ya que es definido por imaginarios dominantes que movilizan el odio -aunque no se note- por estas corporalidades disidentes.

Con esto último me refiero a agresiones que se materializan en discursos y prácticas que son trasversales a cualquier tipo de socialización y que están por todas partes: en los pensamientos, las opiniones, comentarios en redes sociales, en la publicidad, en la escuela, entre otras. Éstas son expresiones que implícita o explícitamente, condenan con extremada firmeza los cuerpos que disienten de la norma. Dicha condena se expresa a través de discursos que exponen veladamente la superioridad moral de unos cuerpos sobre otros, manifestando lástima y una preocupación que vela la odiosidad por los cuerpos gordos. Éstos no son más que ideas gordofóbicas.

Estas ideas gordofóbicas se ocultan bajo discursos que apelan al ego o autoestima de estas personas, lo que es acompañado por el rotundo discurso biomédico que ha transformado a la gordura en una enfermedad problemática, cuestión que sintetiza aquello de “hacer vivir para dejar morir”, es decir construir condiciones para que la vida sea funcional al capitalismo estatal y se deseche aquello que no encarna el imaginario de productividad capitalista. De esta forma se naturaliza el desprecio social por la gordura lo que no se produce por estos cuerpos en sí mismos, sino por todo un sistema de odio que excluye la diferencia que no se ajusta a la norma.

Una punta del iceberg en torno a la gordura deja a la vista su relación con los cánones de belleza, pues la gordura no es su sinónimo. Por el contrario, los transgrede. En este marco, surge la importancia del feminismo cuyos objetivos políticos se dirigen a desmontar la organización patriarcal de la vida y con ello los patrones culturales de belleza que impuso a las mujeres. Lo señalado, gesta tres luchas diferenciadas respecto del cuerpo: 1) el cuerpo como espacio de micropolíticas; 2) como reivindicación, y  3) como soporte o núcleo del propio activismo feminista. Premisas como ``mi cuerpo es un campo de batalla´´ movilizada por Bárbara Kruger a finales de los ‘80 y devenida de``lo personal es político´´ movilizada por Kate Millet a inicios de los ’70 cruzan estos tres tipos de lucha para destacar un cuerpo que ha sido objeto y sujeto de reivindicación (Millett, 1970). El canon de belleza, por lo mismo, se transforma en un lugar de resistencia de los feminismos.

No obstante esto último, el cuerpo gordo no ha sido una reivindicación feminista. Basta pensar en que la lucha antigordofobia sigue siendo un debate periférico al interior de este movimiento político. De hecho, una revisión rápida de las demandas, actividades y espacios feministas locales, confirma la debilitada importancia que este tema posee en sus agendas. En este sentido la periferia que ocupan los cuerpos gordos advierte una exclusión basada en la natualización de imaginarios dominantes sobre el cuerpo que el propio feminismo cuestiona y no sólo esto, ya  que las disputas público/privadas han remitido la lucha gorda en Chile a un espacio ``personal´´ o ``individual´´ que de una u otra forma explica su ausencia como tema político feminista. Entonces, lo descrito aparte de apoyar una idea de la cual el colectivo no se hace cargo, oculta las voces de quiénes producen y movilizan conocimientos al respecto.

Lo anterior, demanda un ejercició ético político feminista que profundice en los planteamientos del activismo gordo. En coherencia, cito la voz de Constanza Alvarez, que junto a Samuel Hidalgo, circulan el “Manifiesto Gordo” (2013) abriendo el debate en torno al tema en nuestro país. Álvarez sigue profundizando sus desarrollos, publicando el 2014 “La Cerda Punk. Ensayos desde un feminismo gordo, lésbiko, antikapitalista y antiespecista” que, sin duda, tritura la idea de que este tema es personal o individual, en tanto, como indica el título de su trabajo, la trama política es mucho más amplia. Asimismo es importante el trabajo poético y de autogestión cultural movilizado por Gabriela Contreras a través de la Editorial Feminismos- Estrías y Autogestión -FEA que ha puesto en circulación un debate sobre gordura a través de textos y de su propia poesía que se conecta con lo micro y macropolítico desde una perspectiva vinculada al antirracismo, las disidencias sexuales y el enfoque decolonial.

Es relevante destacar estas voces chilenas, pues un ejercicio ético político, las escuchas para no reiterar errores apuntados, por ejemplo, por feministas antirracistas en torno a cómo en las mesas de debate de algunos feminismos se convocaba a lesbianas, indígenas, afrodescendientes como narradoras de sus historias de violencia que finalmente no son incluidas en la producción teórica feminista (Hernández, 2014). Las mujeres gordas, vale reiterar, pocas veces se ven en estas mesas. También es relevante, porque a través de la mención del trabajo de personas activistas gordas se evidencia que la gordofobia pone en juego cuestiones que van más allá del cuerpo. La lectura y escucha de estas voces, por lo mismo, es un primer acercamiento situado a la realidad que sostiene la gordofobia en nuestro país y en el continente. Dicha lectura nos permite analizar y relacionar distintos temas, en donde, la Pandemia COVID-19 aparece como temática de importancia.

La pandemia COVID -19, ha expuesto situaciones de desigualdad social, política, laboral, relacional. Esta escena -como otras- ha sido propicia para detectar conductas gordofóbicas que han circulado libremente en redes sociales. Una expresión común es compartir “chistes” o “memes” que ridiculizan y se burlan de la gordura que la pandemia produce. Así son recurrentes las idean que posicionan que más que cuidarse del contagio hay que cuidarse de no subir de peso, cuestión que se nota en las recetas para no engordar en pandemia; en tutoriales y ejercicios para mantenerse en “forma”; en la venta de máquinas de ejercicios para mantener una vida sana. Lo que señalo hace parte del control que  vinculada a la idea de “cuerpo sano” ha inferiorizado los cuerpos gordos no, porque se tenga problemas con estas personas -se indica- sino, porque existe preocupación por su salud.

En este punto no se puede obviar cómo el discurso biomédico ha construido a la gordura como un problema que afecta particularmente a personas pobres, mujeres e indígenas (ONU, 2018) y que dicho discurso sirve aún para anormalizar a las disidencias sexuales. En tres líneas -como vemos- tenemos un problema con aristas de raza, sexualidad y clase, porque en un país como el nuestro la salud es un privilegio, no un derecho. Las campañas de salud en contra de la obesidad, por lo mismo, no pueden verse como triviales, sino como un mecanismo de control que como dije en un inicio construye condiciones que son coherentes con la productividad capitalista demanda y que naturalizan los imaginarios colectivos que existen respecto de la gordura.

De esto último, me interesan tres cuestiones. La primera es la paradoja que habita en un resguardo de la salud sin considerar los costos emocionales que la presión social produce respecto de los cuerpos gordos. La segunda es que en tiempos de crisis las personas más perjudicadas son las mismas de siempre -mujeres, pobres, indígenas, afrodescendientes- pero las personas gordas ni allí aparecen, es decir, aparecen como un foco de riesgo que reafirma su enfermedad y el riesgo de la población por los altos índices de sobrepeso, travistiendo la odiosidad gordofóbica con ropaje de “preocupación solidaria”. Solidaridad, que por cierto, solo alcanza para las personas delgadas que no deben engordar, pero no para las personas gordas, que si antes de la pandemia, por ejemplo, ya se encontraban con múltiples problemas para conseguir un trabajo o autogestionarlos, pues ahora aún más y asociado al confinamiento esto es mucho más complejo.

La tercera cuestión que me interesa se desprende de lo anterior, pues la preocupación odiosa por los cuerpos gordos, olvida que las condiciones de vida que poseemos son producto de una estructura política, económica, cultural que impuso una lectura de éstos -los cuerpos- afín con sus principios y que explica que pese a las muertes de miles de personas, al colapso del servicio público (que viene desde mucho antes de la Pandemia); al aumento significativo de  la violencia para algunas personas -no pocas- sea tan importante no engordar y no, por ejemplo, la relación consumo/industria alimentaria; presión social y mediática para que este consumo se mantenga o la propia devastación genocida alimentaria de pueblos originarios de distintas comunidades ¿o no sabe usted -como comenta Iris Hernández académica del Magister en Género e Intervención Psicosocial de la UCEN- que los conquistadores no comían alimentos indigenas, porque su consumo los convertiría en seres inferiores?. Lo que señalo advierte que una mirada sobre las personas con cuerpos gordos debe ser relacional, pues tal cómo dice Hernández no somos mujeres por arriba, pobres por abajo, lesbianas por la izquierda o gordas por la derecha. Somos un cruce de marcadores de violencia en donde la gordura debe ocupar un lugar en las preocupaciones comunes que se levantan.

Este sistema capitalista, colonial racista, heteronormativo y patriarcal, ha definido el orden en todas las áreas de nuestra vida. De allí que otra arista a considerar como eje de opresión -vulevo a destacar- es el cuerpo que rompe con el patrón hegemónico, pero desvestido de la ideas naturalizadas que los patrones bomédicos imponen. Dicho patrón vale resaltar nos constituye a todas personas, también a los feminismos. La gordofobia, bajo este marco, no solo es producto del sistema patriarcal o del discurso biomédico que instala la idea de personas gordas enfermas; la gordofobia es producto del colonialismo, capitalismo y patriarcado que impusieron una forma de vivir y no otra para sostener un sistema basado en la violencia y la opresión que si no toca la gordofobia dejará estos ejes de dominación en el mismo lugar: el de la violencia.

 

 

Quiero agradecer a Iris Hernández, académica del Magister en Género e Intervención Psicosocial, quien con sus conocimientos y comentarios me alentó y guió para realizar este escrito.