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Lunes 14 de Abril de 2014

Una mano ayuda a la otra, y juntas lavan la cara

Por Nicolás Gómez Nuñez

La emergencia que en estos días recorre la vida de los aymaras de Cuya, de las familias de Huara y de Arica, de los trabajadores de La Tortuga en Alto Hospicio, de los pescadores de la Caleta Riquelme, de los vecinos en luto de Puchuldisas y del Cerro Chipana en Iquique, ha permitido que conozcamos sus lazos comunitarios. Por ejemplo, los pobladores del Valle de Codpa sacaron sus chusos, sus mejores humores y empezaron a despejar el camino para que el tránsito de víveres, agua y personas sea posible.
Así, la vitalidad de las comunidades vuelve a manifestarse como lo hizo en Curanipe, Cobquecura, Peyuhue, Constitución, Tomé, Talcahuano y en el archipiélago de Juan Fernández. A esta altura, la relevancia de las comunidades debería ser materias de enseñanza en los sistemas educacionales de todo nivel.
A continuación, dos dimensiones que organizan la cátedra. La primera, tanto en el norte (2014) como en el sur (2010), las personas habitan una moral y una ética social que deslegitima a quienes han visto en la emergencia la oportunidad para hacer negocio, o a los que han ocupado los medios de comunicación más novedosos para ofrecer, desde un autoatribuido saber experto, explicaciones sobre una naturaleza humana iluminada por la mano invisible del mercado, y que sería la causante de que sea lógico y normal identificar oportunidades de lucro en todo tiempo, en toda circunstancia y en todo lugar.
Entonces, la moral y la ética social de las comunidades del sur y del norte, nos enseñan que las personas son básicamente vecinas o pobladoras y posteriormente: consumidores y ciudadanos. Al mismo tiempo, nos informan que el pequeño empresario no habita el mundo de forma unidimensional. Por el contrario, ha sido y seguirá siendo un trabajador que sabe cuánto cuesta y para qué sirve el trabajo.
Luego se entiende, por ejemplo, que los que pagan los gastos fijos y son propietarios de las sobadoras, amasadoras, mesones, quintales de harina, y los que son dueños de su fuerza de trabajo, los panaderos, lleguen al acuerdo de hacer el pan nuestro de cada día para competir en contra de los usureros y especuladores. La FECHIPAN ha señalado que quieren mostrar una tarifa ética, vender su producto y entregarlo al almacén del barrio en las comunas del norte chileno.
La segunda dimensión: en el sur y en el norte se ha confirmado que los pobladores respetan la propiedad privada aun en la emergencia. Pero lo relevante es lo siguiente, cuando la comunidad conversa y dialoga sobre sus problemas, se genera un conocimiento que funciona como un recurso, porque se puede utilizar como fuerza social efectiva para poner en funcionamiento los artefactos que son propiedad privada (palas, picotas, arados, hiladoras, sogas, motores, llamas, caballos, bueyes) para producir bienes (lanchas, siembras, mover rocas del camino, hacer pan) y servicios (acompañarse en la emergencia, campamentos, hacer la guardia, ferias, avisar que todos están bien o llamar por teléfono a la prensa) que serán apropiados colectivamente.
Este obrar colectivo eclipsa el delirio narcisista del manual del líder, pone en cuestión la unidad de la comunidad chilena porque, al parecer, no existe un solo Chile. Por mi parte, me quedo con las comunidades de los trabajadores y pobladores del norte y del sur. Y ayuda a concluir lo siguiente, la sabiduría popular seguirá vigente, porque expresa un axioma: "Hoy por ti, mañana por mí", es decir, define la coordinación entre grupos diversos, a la cual llamados integración; y esta integración es realizable por la obligación de devolver lo que se ha recibido. Dicha interacción es el fundamento histórico de la unidad de los derechos y los deberes en la diversidad.

Nicolás Gómez Nuñez es Doctor en Ciencias Sociales de FLACSO y académico de la Carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Central de Chile.