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Martes 20 de Mayo de 2014

Un nuevo laicismo

Rodrigo Larraín


Una de las novedades ideológicas del comienzo de este siglo es la redefinición del laicismo, y ya llegó a Chile. El laicismo fue, hasta hace poco, un fenómeno surgido en Francia, cuyo propósito era la separación de la Iglesia del Estado, lo que en Chile se cumplió y quedó establecido en la Constitución de 1925 que el Estado no tiene religión. ¿Qué se pide ahora? De modo especioso se indica que el Estado favorece a una religión (la católica, por supuesto) la que tendría una posición privilegiada y consumiría fondos públicos. No se conocen reclamos contra otras religiones, a pesar que se critica el que haya capellanes en la Fuerzas Armadas, los servicios de salud y La Moneda.

En realidad se trata de impedir la expresión religiosa pública, que no debiera haber ningún signo religiosos en los edificios públicos y replegar las creencias religiosas a ámbito privado, a la conciencia y, en lo posible, al mundo de lo mental. Es decir, la libertad religiosa comprendida así no permitiría la expresión pública de la religión. Pero, ¿es esto laicismo? No, por lo menos no en el sentido histórico. Estamos entonces ante una nueva concepción de laicismo que está en proceso de elaboración.

Por lo que se lee, el Estado laico debe ser irreligiosos, no sólo debe respetar y reconocer a todas las religiones por igual sino que debe obstaculizar su manifestación pública. Este pensamiento más parece un vulgar antirreligiosismo que un laicismo nuevo. Cuando uno lee o escucha a sus exponentes, hablan con típico tono y convicción de los conversos, del que descubrió una nueva religión y que, por lo tanto, vuelca de una manera exagerada exponer las nuevas convicciones.

Si el nuevo laicismo es así, no es más que una nueva religión, una religión fundamentalista, incluso. Una religión atea, pero religión al fin y al cabo. Una vez más estamos ante el triste caso de una religión persiguiendo a las demás. Paradojal.

Yo creo que es un camino extraviado; en otras latitudes lo que se discute es como adaptar el humanismo a las nuevas realidades, conservar su vigencia implica sostener tanto la modernidad como la democracia. Una nueva religión, aunque atea, es una falta de secularización.

Rodrigo Larraín es Doctor (HC) en Divinidades, del Seminario Teológico Doctor Willis Hoover. Magíster en Ciencias Sociales, mención Sociología de ILADES/U.C. de Lovaina (Bélgica). Diplomado en Estudios Avanzados -DEA- de la Universidad de Granada (España). Licenciado en Sociología y Educación, Universidad de Chile. Es coeditor de la Revista Central de Sociología de la Escuela de Sociología UCEN. Dicta la cátedra Teoría Sociológica en la Escuela de Sociología FACSO/UCEN.