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Jueves 25 de Enero de 2024

Columna de opinión de Luis Riveros: "Desencanto"

Durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del siglo XX, el país adoptó proyectos significativos que requirieron dos condiciones esenciales. La primera, una fundamentación razonada por parte del gobierno que debía, por definición, encarar situaciones con mirada amplia en términos del impacto en el tiempo. La segunda, un parlamento que discutía estos proyectos con altura de miras, manteniendo la mirada de largo plazo y alejado de slogans o posiciones ideológicas que aventuraran ganancias políticas de corto plazo.

La creación de la Universidad de Chile, por ejemplo, obedeció al convencimiento de que se precisaba una entidad universitaria republicana, que tendría resultados visibles en el campo académico sólo algunas décadas más tarde. Se invitó a un experto, don Andrés Bello, para formular el proyecto, además de contribuir a otras tareas en materia diplomática y de redacción de un código civil que perdura hasta nuestros días. Era un proyecto que demandaba recursos importantes, pero que se abordó privilegiando el interés superior del país. Y así también, y no de manera casual, se impulsó la creación de las Escuelas Normales y de una Escuela de Artes y Oficios, porque había una visión del país futuro que requería de las competencias necesarias para promover el desarrollo en su más amplia concepción.

Más adelante se dio vida a una Ley sobre instrucción primaria, libertad de enseñanza e instrucción secundaria y superior y a una ley de educación primaria obligatoria. Se creó el Instituto Pedagógico y se dio lugar a una segunda universidad en lo que se concebía como un proyecto visionario de país. Eran los tiempos en que los proyectos era muy bien fundados, en que se escuchaban las opiniones de los técnicos y en que primaba, por sobre todo, la mirada de país y de largo plazo en el debate político.

El parlamento cumplía su función en términos de analizar en profundidad estos proyectos, los cuales no envolvían resultados previsibles para los próximos meses, sino que se extendían en un plazo mucho más significativo en número de años. Las discusiones eran álgidas, puesto que los mismos significaban recursos a menudo importantes, pero se actuaba en el convencimiento de un gran objetivo que era construir una república solvente e integrada. No sólo fueron proyectos en el ámbito educacional, revolucionarios para su época, sino también inversiones significativas en obras públicas e infraestructura que permitían integrar al país y fomentar su desarrollo económico.

Los partidos políticos en esos años, eran corrientes de pensamiento, que sostenían argumentos y puntos de vista doctrinarios, pero siempre teniendo como trasfondo el interés superior del país y del bien común. Eran años en que la disputa política se sustentaba en diferencias en ideas o en la manera de ponerlas en práctica, y no en discursos atrayentes destinadas a un populismo basado en slogans que constituyen, al final, un verdadero engaño. Eran años en que se apreciaba la labor del parlamento con esa mirada nacional y republicana que permitió, efectivamente, construir el país que soñaron nuestros padres de la patria.

Hoy en día el panorama es bastante distinto y vale la pena reflexionar sobre el cambio ocurrido. La ciudadanía, como se expresa en múltiples mediciones de opinión, califica en los últimos lugares al parlamento y los partidos políticos. Y, en efecto, hoy día están presentes muchos proyectos o iniciativas que no se discuten necesariamente en la consideración del bien común, sino en el contexto de afanes populistas basados en slogans sin mayor contenido y que tienen por objetivo cuestiones de puro corto plazo, como es lograr mayores apoyos en una próxima elección o subir un poco en las encuestas de opinión.

Los proyectos son muchas veces poco fundados en criterios técnicos y las más de las veces, no se escucha a quienes han estudiado los temas en profundidad. Muchas veces las aprobaciones o rechazos de muchas iniciativas se fundamentan en cuestiones alejadas del interés de la gente, satisfaciendo objetivos secundarios que no abrigan ninguna solución solvente a problemas que deben atacarse. Los partidos políticos son hoy día, simples agrupaciones destinadas al objetivo electoral, que ni siquiera establecen miradas amplias sobre las prioridades del país y la necesaria visión sobre lo que se ha de legar a las futuras generaciones. El país realmente no aprecia el actual sistema político ni el rol del parlamento, lo cual es perjudicial para la sostenibilidad de la democracia.

No se trata de volver a un siglo o más en el tiempo. Pero el país necesita reflexionar sobre el sistema político que nos domina y el rol del parlamento para dar vida a ideas trascendentes que impacten positivamente en el escenario a futuro. Esto debe requerir un liderazgo en ideas, que permita devolver la credibilidad a una ciudadanía desencantada, que sufre las consecuencias de visiones limitadas en un sistema político con múltiples falencias. Una ciudadanía, además, que recibe una educación limitada, proclive a la desinformación y a la falta de visión de futuro.

Publicado originalmente en el Diario Estrategia.