María Eugenia Letelier Socióloga y doctora en Educación Académica de la Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Central
La comparación es dura y muestra la distancia en relación a los otros países. Esta información no es nueva, lo mismo arrojó un estudio similar 20 años atrás, se puede decir que el resultado era previsible. Entre los treinta y tres países, a la cabeza de la medición quedaron Japón, Finlandia, Holanda; Chile ocupa el último lugar antecedido por Turquía, Grecia y Polonia.
El informe final señala que el 53% de la población chilena alcanza el nivel más bajo de competencias lectoras, distante del 19% del promedio de los países OCDE. En razonamiento matemático la distancia es aún más dramática el 62% de la población chilena se sitúa en el nivel más bajo; el promedio para los países de la OCDE es de un 23%
Las cifras son indiscutibles, no obstante habría que preguntarse hasta que punto son comparables y en qué medida estos resultados se pueden explicar solo por las deficiencias del sistema educativo.
Revisemos algunas cifras, la inversión en educación en Chile es baja, nuestro país invierte un 4,6% del PIB en educación distante al 6,1% promedio de los países de la OCDE. El ingreso per cápita de Chile es de US$21.980 muy por debajo del promedio de US$ 41.035 de los países de la OCDE. En los países de la OCDE el 10% más rico de la población tiene un nivel de ingreso promedio 10 veces superior al del 10% más pobre, en Chile esta brecha asciende en forma dramática a 27 veces.
La encuesta revela estas desigualdades, las variables socioeconómicas son las que mejor explican el logro de competencias. Estas desigualdades se reproducen repercutiendo en las oportunidades de las personas, la empleabilidad, el salario que reciben.
La investigación muestra que el desarrollo de las habilidades está directamente asociado al tipo de ocupación y a las prácticas laborales; en Chile, el uso cotidiano de habilidades es significativamente inferior al promedio de la OECD. Esta información, junto a la diferencia significativa de logros entre quienes tienen padres con educación incompleta versus los que tienen padres con estudios superiores, reafirma lo que otros estudios han señalado: los contextos cotidianos inciden fuertemente en el desarrollo de habilidades cognitivas.
El entorno cotidiano, los medios de comunicación, el acceso a la cultura y las artes, la disponibilidad de bibliotecas son aspectos que también debieran ser considerados en el análisis de esta encuesta. La comparabilidad de los test aplicados también debe ser relativizada, pues las estrategias de lectura, escritura y resolución de problemas no se desarrollan de manera independiente a la cultura; cabría preguntarse hasta qué punto los criterios técnicos de construcción, traducción y adaptación de los ítems, permiten efectivamente la comparación entre contextos culturales tan distintos.
En nuestro país más de cinco millones de 19 años y más no ha completado su escolaridad; no obstante tan solo 180.000 personas están estudiando en las diferentes modalidades de Educación de Personas Jóvenes y Adultas; es decir, la oferta actual solo cubre el 4% de la demanda potencial. Estos datos debieran ser un “remezón” para el proceso de reforma educativa, si se quiere mejorar las competencias es fundamental visibilizar y fortalecer las políticas de Educación de Personas Jóvenes y Adultas.
Ciertamente la calidad educativa debe estar en el centro de las preocupaciones del proceso de reforma, más aún si se tiene en cuenta que el 27% de la población con estudios superiores alcanza solo el nivel más bajo de competencias. No obstante, estos resultados deben hacernos pensar acerca del tipo de sociedad que estamos construyendo y de los enormes desafíos de equidad que tiene Chile para el logro de una educación de calidad.