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Los silencios en el debate público en torno a democracia y mercado

Columna de opinión de Alicia Sánchez, investigadora de CESOP, publicada en El Quinto Poder.

Hace unos días vecinos de Maipú protestaron por el cobro del estacionamiento de un hospital público de la comuna. Algunos aceptan este tipo de cobros sin cuestionar y otras personas se resisten, lo consideran un abuso, una injusticia. A diario nos damos cuenta que debemos pagar servicios o cosas por las que antes no pagábamos, y que diversos ámbitos de nuestras vidas son invadidos cada vez de manera más voraz por el mercado.

En nuestro país hemos comenzado a naturalizar el hecho de pagar por casi todo. Si enumeramos nuestras actividades diarias, la lista puede ser tan larga como la que analizó Michael J. Sandel, filósofo y académico de la Universidad de Harvard, en su libro "Lo que el dinero no puede comprar".

Hay cosas que jamás imaginamos estar dispuestos a pagar. El inventario de Sandel es vasto: pagar a los médicos por obtener su número de celular, pagar por liberarse de hacer filas, pagar a los alumnos para que se saquen buenas notas, por nombrar algunos. Quienes tienen más dinero se pueden saltar las filas en un parque de entretenciones, en un aeropuerto o en una boletería de teatro.

En uno de los capítulos, Sandel relata que una vez al año en Nueva York, el Teatro Público de la ciudad reparte entradas gratis para disfrutar obras de Shakespeare; en una de las temporadas actuó Al Pacino y la demanda fue tal que hubo gente que pagó hasta 125 dólares para que alguien hiciera la fila y consiguiera una entrada que el teatro entregaba de manera gratuita. Las entradas gratis dejaron de serlo, puesto que quienes tenían más posibilidades de conseguirlas eran aquellos que podían pagar a alguien para hacer la fila y obtener la entrada.

El ensayo de Sandel se pregunta por qué nos preocupa que nos encaminemos hacia una sociedad en la que todo está en venta. Abre un debate, además, sobre los límites morales, el papel y el alcance de los mercados.

Un texto imprescindible si queremos ir al fondo de lo que se discute estos días en nuestro país respecto al lucro en la educación, a las causas y a las consecuencias de la desigualdad.  Y, finalmente, a los enfoques que entran en juego para enfrentarla.

"Todos queremos hospital", "No más lucro", decían unos carteles de la protesta de los vecinos de Maipú. Ciudadanos frustrados, en palabras de Sandel, a causa de un "sistema político incapaz de actuar por el bien púbico".

Sandel aborda el vacío moral de la política contemporánea y destaca la necesidad de valorar los bienes sociales a través de un debate público. Dice que los discursos públicos están vacíos de los grandes temas éticos y que ha llegado la hora del juicio moral.

Un tema central para el autor lo constituye la desigualdad. "En una sociedad en la que todo está en venta, la vida resulta difícil para las personas con recursos modestos. Cuantas más cosas puede comprar el dinero, más importancia adquiere la abundancia (o su ausencia)".

Señala que "no sólo se ha ensanchado la brecha entre ricos y pobres, sino que la mercantilización de todo ha abierto aún más la herida de la desigualdad al hacer que el dinero adquiera más importancia".

Mientras más cosas el dinero pueda comprar, menos serán los espacios donde todos nos encontremos. De esta forma, se va acorralando y poniendo más barreras a quienes no cuentan con recursos para pagar todo lo que exige la sociedad de mercado. El encuentro entre las personas de diversas condiciones sociales es algo que se va extinguiendo. Vivimos, trabajamos y nos divertimos en lugares diferentes.

Mantener y aumentar esas barreras, así como evitar que los/as ciudadanos/as diferentes compartan una vida común, son parte de las condiciones que impiden el cuestionamiento a la desigualdad y a la distribución injusta de la riqueza.

Pero se suma otro factor, y es la demonización de ciertos grupos de la sociedad como los/as jóvenes, pobres o inmigrantes, entre otros.

Uno de los pensadores más jóvenes e influyentes de Gran Bretaña, Owen Jones, ha escrito sobre la demonización de la clase obrera en Inglaterra y de cómo la pobreza pasó de problema social a defecto individual. Argumenta que "si no debaten las categorías de clase nadie cuestionará la distribución injusta de la riqueza".

Jones se refiere a la complicidad de los medios de comunicación con los sectores conservadores cuando se quiere subir los impuestos a los más ricos o impulsar una política a favor de los inmigrantes. En medio de estos anuncios, por ejemplo, los medios visibilizan casos de inmigrantes que "abusan" del sistema. En Chile sobran las muestras de este tipo.

A propósito del pase escolar gratuito, un noticiero reporteó hace unos días los "abusos" que los estudiantes hacían del pase escolar e incluso cómo algunos padres se aprovechaban de la tarjeta. A simple vista, una denuncia más. Con una mirada más acuciosa, notas con las que se termina demonizando a los estudiantes y a una política que los beneficiará.

"Cuando la izquierda reclama más impuestos a los ricos, los medios de comunicación rebaten la idea fomentando la envidia (...). El tema es que se incita al odio de manera muy sutil. Se expone un caso de derroche de un subsidio y se muestra que se trata de un inmigrante, y con eso basta, el subtexto está ahí", explica Jones para el caso de Gran Bretaña.

A propósito de esta demonización a la que se refiere Jones, trasladémonos a otra comuna y dejemos atrás Maipú. En un café de Providencia, dos señoras comentaban el servicio de las jóvenes que las atendían. Se quejaban por lo que consideraban una atención poco eficiente. "El problema – argumentó una de ellas- es que son niñas que vienen de comunas pobres".

En lo anecdótico muchos dirán que sólo se trata un par de señoras clasistas. Pero otros consideramos que esta es apenas una muestra de las barreras que presenta una sociedad tan desigual como la chilena. Que evidencia, además, por qué es tan difícil instalar un diálogo profundo, sentido y abierto sobre la reforma a la educación o al sistema de impuestos. Como dice Sandel, "la democracia no requiere igualdad perfecta, pero si la gente vive en esferas cada vez más separadas, el sentido de ciudadanía y de bien común es más difícil de sostener".

Si seguimos en este camino, quizás un día esas clientas del café de Providencia podrán pagar más por un pastel, si las atiende alguien que vive en su misma comuna y no las jóvenes que vienen de comunas más pobres.

En Chile el debate también se ha encapsulado. Los/as técnicos y las élites políticas y económicas tienen la última palabra. A eso se suma que no exista un cuestionamiento de las relaciones de poder y que determinados asuntos estén excluidos del debate público. Como la categoría clase o la lucha de clases (porque se supone que hoy todos somos "de clase media").

Y la discusión roza esta palabra cuando a una cantante le gritan "cara de nana". Entonces la indignación dura una semana y algo asoma en torno a la segregación, a los guetos y a la discriminación. Luego la discusión desaparece y los grandes temas éticos de la democracia quedan escondidos, mientras seguimos construyendo un mundo donde ya no nos encontraremos.

Como el que describe Slavoj Zizek, cuando en un artículo sobre democracia se refiere a la ciudad de Sao Paulo: "A ras de sol, las calles peligrosas hierven de gente común mientras que, en lo alto, los ricos se desplazan por el aire".