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El terror en Manchester

Samuel Fernández Académico Facultad de Derecho, Universidad Central

Imagen foto_00000002Vidas inocentes, niños y jóvenes, han sido víctimas del odio irracional, otra vez. Un fanático decidió que debía suicidarse por su creencia desquiciada, pero matando la mayor cantidad posible de esos ‘infieles’ que no merecen vivir, según su visión demencial. Una corriente islámica que nada tiene que ver con la religión musulmana normal. Está representada por el Estado Islámico, que rápidamente se atribuyó el hecho, y sus amenazas prosiguen.

Un concierto de música moderna de una cantante norteamericana, en un estadio lleno de jóvenes, juntos, que corean y bailan, ligeros de ropa, es un espectáculo intolerable, y que no debe ser permitido para las mentes llenas de odio de los yihadistas; que prohíben toda música, todo canto y cualquier participación de las mujeres, las mismas que no tienen derecho ni siquiera a saber leer ni mostrar su cara, bajo pena de azotes y sanciones.

Esa es la realidad de las ciudades y territorios controlados por el ISIS, aunque actualmente sean pocas, pues se van recuperando poco a poco, derrotados por variados países, tanto en Irak como en Siria. Precisamente, porque en el terreno ya no tienen la fuerza de hace un tiempo, es que individuos, como el asesino del Manchester Arena, actúan, instruidos por sus superiores o por propia iniciativa. Y los casos se multiplican en las ciudades de Europa, o en cualquier otro lugar.

Una realidad que ha sobrepasado a los servicios de inteligencia y seguridad de los países más capacitados. En gran medida se debe a que toda acción preventiva resulta ineficiente frente a lo que una persona planifica hacer, ofreciendo su vida y buscando la manera de eliminar el mayor número de sus enemigos. Ningún método logra entrar en esas mentes, prevenir o contrarrestar sus actos. Los elevados niveles de seguridad vigentes en diferentes países europeos, posiblemente han tenido logros, pero es imposible evitarlos todos. Lo grave es que ha sido a costa de alterar el modo de vida normal de los ciudadanos, restringiendo sus libertades de acción y movimiento, revisando sus desplazamientos, y observando como sospechosos a una inmensa mayoría que no lo es, y que debe aceptar, por su seguridad, todo tipo de restricciones.

Tal vez sea el momento de analizar otras estrategias adicionales y rediseñar nuevas metodologías. Ir a los orígenes de esta corriente radical, a quienes la incitan o difunden en búsqueda de adeptos. Contrarrestar posibles seguidores, desde sus lugares de culto hasta su entorno, si existiere un sospechoso potencial, que puede ser un connacional, un británico como en Manchester. Facilitar el papel activo y vigilante de la población, siempre lista para observar y comunicarse mediante las actuales redes sociales, que todo lo cuentan y que todo lo filman y difunden. Ha llegado la hora en que nosotros, las posibles víctimas, también asumamos nuestra propia cuota de colaboración. No podemos aceptar que el terror se imponga y trastoque nuestras vidas, aceptándolo como una normalidad.  Los terroristas son los sinrazón, no nosotros.