Por Daniel Sánchez Brkic, psicólogo, académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Central.
Ha comenzado este 2016 revelándonos a una empresa de inversiones que ha causado la debacle a infinidad de familias y personas; más allá de si fue delito o no, llama la atención la facilidad con que las personas creen y depositan la esperanza de un futuro mejor en iniciativas de dudosa prestación.
Quizás, aprovechando el letargo de nuestra sociedad que tantas veces olvida, las experiencias de empresas de quesitos e inmobiliarias que operan de forma piramidal ha sido un claro ejemplo de esta modorra.
Las personas necesitamos creer para vivir en función de objetivos y proyectos. Alguna vez fue la esperanza de ganarle a la dictadura; otra cuando Juan Pablo II visitó Chile y se esperaba una acción milagrosa de su parte para acabar con la destrucción de nuestra sociedad; años atrás los futbolistas se convertían en el referente para seguir soñando; rescatar a los mineros, perseguir a generales alemanes, retenerle el mar a Bolivia y sacar a los peruanos de la frontera...siempre necesitamos, como especie, esa dosis de creencia y de sueño en el devenir. Sin embargo, en ese imaginar es que perdemos el juicio de realidad. Jung llamó arquetipo a ese continuo de nuestro inconsciente colectivo; probablemente es ese constructo de sociedad colectiva en la que todos nos desdibujamos donde realmente se diluye la conducta volitiva que emancipa las intenciones.
Este año debiésemos creer que las cosas pueden cambiar: las leyes inentendibles y tozudas en la educación superior nos debiesen llevar a creer que es posible. Así de simple. Posible que al menos algunos estudiantes puedan convertir sus vidas en la educación superior; creer que la reforma tributaria pueda llevar justicia y equidad en un país tan desigual como el nuestro; que las reformas al Código del Trabajo nos lleven a proteger a los trabajadores, sindicatos y trabajadores independientes; que la reposición de la Ley de Aborto (eso es, en definitiva) permita la libertad inigualable de decidir sobre el cuerpo, los derechos reproductivos y la planificación familiar.
Da la impresión (confusa, por cierto) que nuevamente nos dejaremos influenciar por agoreros que nos cuentan falacias interminables. Yo los invitaría a ponerse de pie frente a nuestros estudiantes, día a día, con cansancio, hambre, sueño y sed para mostrarle a nuestros jóvenes que sí es posible; que aún queda tanto por luchar y tanto por creer y crear. Invitaría a quienes deciden por nuestros derechos a acompañar a chiquillos que, con dificultad, esfuerzo, trabajo y dedicación, sacan adelante sus esperanzas en la dulce compañía de sus Educadores; invitaría a los que no creen a mirar a nuestra juventud y descubrir que allí habita la vida, sin miedo y sin violencia, en la confianza irrestricta que en ellos navega el germen de la libertad.