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Año escolar nuevo, problemas antiguos

Gabriel Canihuante, periodista, académico Universidad Central Región de Coquimbo

Cada inicio de un año escolar trae aparejados viejos y nuevos problemas, tanto para los educandos como para los educadores y de forma directa o indirecta para las familias y para las autoridades del sector, en muy diversos niveles.

Este 2022, por ejemplo, para el Ministerio de Educación el período partió con una bullada protesta en Santiago contra el acoso sexual del cual son víctimas niñas y adolescentes en recintos escolares. No hubo ni un solo día de tregua, las estudiantes salieron a las calles a exigir que se ponga fin al acoso y que se castigue como corresponde a los responsables.

Noticias no faltan en los medios tradicionales o en las llamadas redes sociales de trifulcas entre adolescentes y jóvenes. Riñas más o menos violentas tienen lugar en dependencias de enseñanza o en sus alrededores. Lo mismo vale para el bullying o acoso escolar.

Las denuncias sobre acoso son algo relativamente nuevo; las peleas entre estudiantes datan de hace décadas, lo novedoso acá es el nivel de difusión que alcanzan gracias a los teléfonos móviles y a las plataformas digitales. Para bien o para mal, lo que se viraliza se transforma en noticia.

El sistema escolar tradicional se seguirá enfrentando a problemas antiguos, dado que no se ha atendido a la idea básica de Albert Einstein: “Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. Quizás las escuelas y liceos más vanguardistas puedan evitar o resolver amigablemente algunos de estos conflictos. Experiencias de otros países pueden mostrar posibles caminos.

Si hay una debilidad evidente en el sistema escolar tradicional en Chile es su nula o escasa atención a la educación emocional. Niños y adolescentes son atiborrados -a lo largo de los años- de cuantioso conocimiento de materias, no siempre útil en el futuro, pero nada se les enseña acerca de sus emociones: ¿Qué son?; ¿Cuáles son?; ¿Cómo se expresan? Y ¿se pueden o no controlar?

El ser humano usa permanentemente la razón para tomar decisiones. Para seleccionar una carrera o un empleo; para decidir sobre el tipo de automóvil que va a adquirir o escoger el banco que le otorgará el crédito que va a tomar para una compra, etc. Pero también nos guiamos por las intuiciones, las sospechas, los miedos, los prejuicios, o sea, nada racional ni razonable.

Gran parte de nuestras decisiones, en el cotidiano, ni siquiera son pensadas, es decir, actuamos involuntariamente, sin reflexión, llevados no más que por las emociones. Más que decisiones son reacciones, impulsos. Por eso es necesario educar emocionalmente a niños y adolescentes y a quienes lo fuimos hace algún tiempo, si aún no hemos tenido esta formación.

Somos seres complejos y como tales siempre nos enfrentaremos a problemas, pero buena parte del sufrimiento de nuestros escolares de hoy se podría evitar o enfrentar de mejor forma, por ellos mismos y sus familiares y educadores, si como sociedad se impulsase en el sistema educativo público y privado una adecuada, oportuna y consistente educación emocional.