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Lunes 29 de Agosto de 2016

Venezuela al límite

Por: Samuel Fernández Illanes
Abogado de la Universidad Católica, Magister en Derecho de la Universidad Central, embajador del Servicio Exterior (r), profesor de Derecho Internacional Público y Derecho Internacional Privado en la Universidad Central, y académico de la Academia Diplomática.

Es evidente que el régimen de Maduro sólo busca aferrarse al poder. Ni las elecciones legislativas. Ni la búsqueda de un referéndum revocatorio y los millones de firmas, anuladas o retrasadas por una Corte Suprema o el Consejo Nacional Electoral, a sus órdenes. Ni las infructuosas gestiones de algunos líderes extranjeros para un diálogo. Ni la crítica situación de desabastecimiento y carencias de la población, que protesta en frecuentes manifestaciones. Ni la criminalidad desatada, el despilfarro petrolero, el control de la prensa, o la fuga de venezolanos. Ni la reciente amenaza de despido a los funcionarios que no adhieran al Gobierno. Ni el repudio internacional, hasta en Naciones Unidas, para que no continúe en el Consejo de Derechos Humanos quien los viola abiertamente. Y en la OEA, normalmente inactiva, donde su Secretario General reimpulsa la teórica Carta Democrática; entre muchas señales internas e internacionales, desvían el curso inexorable hacia una situación más extrema y riesgosa.

Un Presidente con una mezcla de incapacidad y determinación ideológica, que le impide ver la realidad a la que ha arrastrado su país. No escucha los clamores mayoritarios de su pueblo, que tanto dice defender y representar en su Revolución del Siglo XXI. Tampoco respeta la revocación de su mandato prevista en la propia Constitución de Hugo Chávez, su ídolo y mentor. Maniobra descaradamente para que no suceda este año y haya elecciones, pues sabe que perderá, y podrá ser juzgado. Intenta se realice el año próximo, para continuar su régimen y verse protegido por su Vicepresidente Diosdado Cabello, que asumiría por el período restante. Es decir, en toda circunstancia, gana un tiempo vital. Y esta vez, pensando en su seguridad personal y no en el país.

Es una situación muchas veces repetida. Tantos autócratas, para salvarse, han extremado su control, sólo por breve tiempo. Más lo aumentan, más dependen de quienes lo sustentan. El real poder en Venezuela, hoy lo detentan las Fuerzas Armadas, bien pagadas y favorecidas por el régimen, con un General para controlar cada alimento; hasta que se den cuenta que ya no lo necesitan y decidan asumirlo. De nada servirán las amenazas de futuras represiones, más duras que las en Turquía, los insultos y descalificaciones a quienes invocan las normas democráticas y buscan una solución negociada. O el encarcelamiento a opositores sólo para evitar que se transformen en figuras amenazantes. Ni pensar en un cambio de orientación y corrección de errores, lo que parece descartado. La verdadera razón del gobierno ya no está en sus objetivos, sino en el miedo a perderlo.

Los ejemplos abundan y siempre con gravísimos desenlaces. Baste recordar en 1989 el Caracazo en la misma Venezuela; o el trágico destino de los Ceausescu en Rumania, juzgados y ajusticiados horas después de una multitudinaria manifestación en que prometió aumentar el salario mínimo; o tantas otras purgas revolucionarias. Cuando las cosas se extreman y sólo se reprimen, se llega al límite tolerable. El que Venezuela pareciera encaminarse fatalmente.
27 agosto 2016.