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Miércoles 14 de Junio de 2017

Rodrigo Larraín: La aspidistra

Por Rodrigo Larraín, académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Central de Chile.

Esta columna se publicó en El Mostrador, 9 de junio 2017.

Quienes estudiamos en el liceo cuando Eduardo Frei Montalva era Presidente y gobernaba con un programa denominado “Revolución el Libertad” –sí, la Democracia Cristiana era revolucionaria, a su manera, pero lo era– y todos éramos revolucionarios; incluso recuerdo una entrevista en donde Francisco Bulnes Sanfuentes, no negaba serlo y confesó que él era partidario de una Revolución Humanista.  Pero los jóvenes, como corresponde, movidos por un idealismo que hoy ni se sospecha, fuimos a una posición categórica e incuestionablemente revolucionaria, mucho más que lo que sostenía la izquierda clásica de esos tiempos.

 

Así llegamos a unos que se llamaban despectivamente herejes y renegados.  Eran tipos intransablemente morales, porque no había relativismo ético y la lógica campeaba en todos los campos, y así hubo prestigios políticos y teóricos destruidos por la vía de la argumentación.  Y así leímos y nos inspiramos en Albert Camus, Wilhelm Reich, Arthur Koestler  y, sobre todo,  George Orwell, aunque hay muchos más.  Orwell vivió entre 1903 y 1950. Fue un inglés socialista fabiano, admirador de Trotsky

Orwell escribe tres obras en donde demuele la versión stalinista del socialismo, ese socialismo fue una falsificación y es repudiado tanto por los herejes como lo va a ser, más tarde, por la izquierda revolucionaria, para la que estos textos fueron cuasi-canónicos. Para la izquierda heredera del comunismo soviético, dichas obras eran unas más en la larga cadena de “infantilismo revolucionario”.  Pero en todas ellas hay uno reproche moral que no pude excusarse por la razón de Estado o por la causa que, al final finalísimo traería paz, libertad y felicidad.  Para nosotros, nada de eso justificaba lo que ocurría.

Un primer libro de Orwell fue “Homenaje a Cataluña” de 1938, donde muestra como el Partido Comunista español, más sus aliados, seguidores de las consignas, políticas y órdenes stalinistas, prefirieron liquidar a sus aliados en la guerra civil, el partido obrero Unificado Marxista, por haberse apartado de la línea correcta.  Liquidarlos fue más importante que combatir juntos el fascismo franquista.

La más popular de sus obras fue “Rebelión en la Granja” de 1945, en donde denuncia los privilegios que tiene la élite dominante en una sociedad que se denomina socialista, en donde el interés común, colectivo mejor, debiera primar.  La última oración de la fábula es brutal. “No existía duda de lo que sucediera a las caras de los cerdos.  Los animales de afuera miraron del cerdo al hombre, y del hombre al cerdo, y nuevamente del cerdo al hombre; pero ya era imposible discernir quién era quién”.  La rebelión en la granja de mister Pilkington fue hecha por los oprimidos animales, los que llegaron a tener una élite gobernante, los cerdos y, dentro de estos, un Gran Jefe, el cerdo Napoleón.  La analogía con la Revolución rusa es evidente,  La oración que se cita se refiere a una partida de cartas entre Pilkington y Napoleón, ellos habían llegado a tener bastante familiaridad, tanta que ya no se distinguía el uno de los otros, a los ojos de los siempre oprimidos animales, los cerdos eran indistinguibles del otrora explotador.  El totalitarismo descrito incluso se ocupa el doble lenguaje, el diversionismo ideológico, lo que ahora se llama posverdad.

 

Finalmente debemos mencionar “1984”, un libro que escribe en 1948 y cuyos últimos números invierte.  Se trata de una oscura profecía de hacia dónde derivan los regímenes totalitarios.

 

Pero entre sus obras menos políticas y menos populares está “Que no muera la Aspidistra” de 1936, se refiere a la flor aspidistra; dicha flor es todo un símbolo. Es la historia de una joven pareja pequeño burguesa, con la típica flor de moda en esa clase en la Inglaterra de posguerra.


Gordon, el novio, tiene un trabajo que le permite un mal sobrevivir y, con un poco de convicción y esfuerzo, podría instalarse con un hogar junto a Rosemary, su novia.  Pero el ansía una vida artística, mas bohemia y glamorosa, quiere ser un poeta. Pero en medio de esos planes artísticos, la novia se embaraza.  Como es obvio ven que una boda los empobrecería y, finalmente, llevaría a la ruina su propia relación futura.

 

Pero, dándole vueltas a su situación, entre divagaciones varias, empiezan a construir un potente argumento contra la opción del aborto. Como creen que no podrán casarse, no están dispuestos al estigma social de que Rosemary sea una madre soltera (mucho antes que en algunos lugares el “madresolterismo” fuera una ideología).   En ese contexto surge la opción del aborto. 

Orwell es un militante de todas las causas de la izquierda de su tiempo, las no totalitarias, y aunque en la Rusia soviética el aborto se aprueba en 1920, la repugnancia de la izquierda aún subsistía.  Habrá que esperar que, entre los intersticios de 1968 y sus idealistas más los hippies y sus reivindicaciones de paz y amor libre, se filtraran los corifeos abortistas.  Antes el aborto era un accidente que nunca significaría el homicidio del inocente; y eso que Con Mao y posteriormente Pol Pot, la izquierda no vacilaría en deshacerse de su humanismo moderno original.

Orwell traza un derrotero de reflexiones en que el padre del niño, Gordon, cabila permanentemente descubriendo o tomando conciencia de sus deberes, de la paternidad como causa que lo vincula a la larga saga de padres que han hecho permanecer a la humanidad, redescubre el valor de un trabajo quizás ingrato y miserable que tendrá que conservar para construir un hogar para su hijo y esposa.   Al mismo tiempo le asombra lo barato del precio del aborto en la Inglaterra de su tiempo, cinco libras.

 

Notable la asociación entre el respeto a la vida con el propio respeto para luchar por las causas por las que vale la pena luchar y morir.  Como en Chile, en que luchar contra la dictadura era luchar por la vida, incluida la de los no nacidos de la presas y desaparecidas.

 

Esta y las demás novelas retratan al revolucionario de verdad, el que libró la luchas libertarias desde las trincheras en la defensa internacionalista de un pueblo cercado, en la discusión ideológica con el gran hermano totalitario soviético, en la disputa ideológica teórica y, cómo no, en la defensa de los inocentes, aún de los seres humanos que no han nacido.  Hay modelos de vida que vale la pena considerar y seguir, para que la lucha por la emancipación no sea un mal chiste.