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Viernes 17 de Agosto de 2018

Rocío Mieres: Las chicas quieren leer

Hace un tiempo entrevisté a una persona que trabajaba en una editorial independiente. En su relato hubo una historia interesante, la cual quiero compartir, decía más o menos así.

Él estaba en un stand en una feria del libro cuando dos escolares se le acercaron, le contaron que tenían muchas ganas de adquirir y leer uno de los libros que se exponian pero ni juntando el dinero de ambas lograban hacer el precio. Negociando, le prometieron que si le vendía el libro por el total que ambas habían reunido, compartirían el libro y de verdad lo leerían.

Bajo la premisa de acercar la lectura a las persona, especialmente a todos los jóvenes. El editor independiente y las escolares llegaron a un consenso y se produjo la compra y venta. En pocos minutos, cuando las jóvenes dejaron el stand, el editor independiente se dio cuenta que ellas le habían robado un ejemplar extra del mismo libro.

Su primera reacción fue de enojo, “¡¿Cómo se atreven a robar?!”, “¡Qué falta de respeto!”, “¡Todo el trabajo que implica producir un libro!” Para quién tomó la entrevista y transcribe esta historia, le pareció más interesante la reflexión posterior: “se robaron un libro, ¿qué significa robarse un libro?” Bueno, para todos el libro es más una especie de símbolo de muchas cosas y no por nada es esgrimido como un arma liberadora y transformadora dentro del discurso de unos pocos. Las chicas quieren leer en un país en donde el nivel de analbafetos funcionales es altícimo, ¡Un par de adolecentes quieren leer! Ambas podían leer libremente y compartir entre ellas sus opiniones sobre la obra de alguien más. Posiblemente esa conversación les lleve a descubrir algo dentro de ellas y así la materialidad del libro permitirá que sus ideas puedan llegar más allá. Incluso podrían prestar el libro una vez leído y comentarlo, regalarlo, intercambiarlo o heredarlo. Las ideas de ese autor llegarían más allá aún. Eso era lo relevante.

Entonces, el editor independiente ya no habló desde el enojo, sino que desde cierta esperanza.

Al finalizar la entrevista me quedé pensando esa situación por varios dias, concluí que la literatura, al igual que muchos otros productos culturales, nos permite reflexionar sobre diferentes temas que de otra forma nos son indiferentes por su lejanía, tiene el poder (digamos casi alquímico) de cambiarnos al hacernos conscientes de los matices, y como son reflejo de nuestra cultura y sociedad, son portadores de ideologías -y sin asco o miedo al término-, transmiten relatos de historias compartidas en más de alguna forma.

Como un profesor decía: no son las malas condiciones las que hacen que las personas inicien un cambio, sino que es el poder imaginar que el cambio es posible lo que las hace actuar y cambiar.

Entonces el hecho de hurtar un libro, consumirlo de una forma poco tradicional, apoderarse ilegítimamente del contenido y legitimarlo en nuestras mentes porque es un libro, un libro de narrativa. En un Chile donde a la mayoría de los jóvenes hay que obligarlos a leer, en donde se estima que cerca del 44% somos analfabetos funcionales (según el centro de micro datos de la Universidad de Chile), este acto es revolucionario de alguna forma. Digámoslo, los libros son caros, son como tesoros, tanto en lo material como en lo intelectual, es movilizarse de otra forma para tener acceso a las ideas y las experiencias que de otra forma no tendrías, posiblemente a través de estas vivencias que están en el papel se pueda tener una experiencia verdadera. De esas que te marcan.

El hecho de apoderarse de algo puede tener dos caminos, el arrepentimiento o el orgullo, robaste o hurtaste algo con éxito, no te descubrieron; lograste poner tus manos en algo que realmente querías, que lo deseabas de tal forma que las reglas sociales no te importaron. Entonces, el libro en cuestión tiene más significados de los que poseía inicialmente, es una “experiencia” y un trofeo, una historia para contar o guardar celosamente.

Este hecho me lleva a una contradicción entre dos partes de mí. Por un lado, sigo creyendo que haber hurtado el libro no es correcto y es reprochable pero, por otro lado, tomo en cuenta que soy una persona que ama los libros, que muchas de mis memorias felices son alrededor de la lectura y creo en su discurso transformador, entonces me cuesta enfadarme con el deseo de leer –que asumo es el móvil de las chicas-, así llego sentimentalmente a las veces que fui reprendida cuando me dijeron: “las librerías no son bibliotecas”.

¿Podrían haber otras estrategia para que podamos disfrutar del libro sin tener que hurtar?”, sin duda que sí. Pero tal vez esto es como la experiencia del escritor Roberto Bolaño: enamorado de la lectura y los libros con poco acceso a ellos; y en lo que un colega mío llama: “acto de subversión ética”, robar libros en bibliotecas y librerías para leerlos. Esta debe ser la pasión que inspiró a este reconocido escritor para empezar a escribir, sin formación oficial pero conectando la vida cotidiana y la literatura en los cuales suele poner reflexiones entre los valores de leer y escribir y de cómo se mezclan con la violencia cotidiana.

Entonces, el acto de subversión ética no es sobre el robo del trabajo de otro, si no de robar nuestra propia cultura, especialmente si el acceso a algunas partes de la cultura son negadas arbitrariamente, ¿es ético el acto de reapropiarse de lo nuestro?

Por Rocío Mieres, socióloga, coinvestigador en el estudio: “Las organizaciones gestionadas por sus trabajadores y propietarios en el sector editorial en Santiago de Chile. Estudio de caso de la cooperativa de editores La Furia", Dirección de Investigación,  de la Vicerrectoria Académica de la U.Central .