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Sabado 31 de Octubre de 2015

No más SIMCE, no culpemos al mensajero

Por Pamela Ugalde, socióloga, docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Central. Esta columna fue publicada en La Nació el 30 de octubre 2015

Más revuelo que otros años ha provocado la nueva aplicación del SIMCE. Sin duda la consolidación del movimiento Alto al SIMCE ha tenido impacto en el posicionamiento del tema en la agenda mediática y en la percepción que los distintos actores educativos tienen sobre la medición.

Que la prueba es discriminatoria, que estimula la competencia entre establecimientos, que estresa a los docentes y a los alumnos, son algunas de las razones para oponerse a la ella.

Pero, ¿por qué la aplicación de una prueba logra tanto poder?
Claramente, no por la prueba en sí, sino por las lógicas de acción de los actores que se relacionan con la aplicación de la prueba. Hemos asistido a la descripción de una serie de irregularidades asociadas a la aplicación y posterior uso de la prueba: alumnos a los que se les prohíbe rendir la prueba, alumnos que se niegan a rendirla, docentes que dicen a sus alumnos que la prueba es con nota, directivos que castigan o premian a los docentes según los puntajes obtenidos, etc.

¿Son estos comportamientos la finalidad de la política de medición de aprendizajes? No. Las conductas descritas y otras similares son producto de nuestra inmersión en una sociedad exitista, competitiva y discriminadora.

Las distintas pruebas SIMCE intentan (como todo instrumento) medir logros de aprendizaje en distintas asignaturas, con las restricciones que este tipo de pruebas tienen. SIMCE no pretende hacer competir a nadie, al contrario, las políticas de fomento del mejoramiento educativo estimulan la participación de toda la comunidad educativa, en el consejo escolar, en la formulación del PEI, en el diseño de los PME, en la generación de reglamentos internos de convivencia escolar, etc. Si las políticas educativas tienen como foco la colaboración y reflexión pedagógica conjunta, ¿por qué insistirían en la aplicación de una prueba que va en el otro sentido?

Porque el problema no es de la prueba. Que la prueba SIMCE sea censal permite que cada escuela tenga información sobre su situación, en distintos niveles y asignaturas (un punto a seguir discutiendo es cuántas evaluaciones se necesitan dentro del proceso de educación escolar). Esta información debiera servir de insumo para el debate y la reflexión interna sobre la escuela que somos, la escuela que queremos, los insumos con los que contamos y los procesos que debemos desarrollar para lograr nuestros fines educativos. En vez de eso, en muchos lugares sucede lo descrito arriba. Cada vez que se entregan los resultados SIMCE nos comportamos como si hubieran entregado la lista de los que se van a subir al arca antes del diluvio. ¿Es culpa del arca?

No, es culpa de nosotros que queremos que nuestros hijos no se junten con otros de peor SIMCE, que queremos hacer clases sólo a niños seleccionados, que queremos un equipo docente que ejercite sistemáticamente a los alumnos para SIMCE.

Eliminar la prueba sería como eliminar el espejo que nos permite ver, más allá del puntaje, nuestras maneras y modos, nuestro estilo de hacer las cosas. Si competimos no es porque tenemos tal o cual puntaje, si competimos es porque así hemos sido formados. Asumamos que nuestro repertorio de acciones colaborativas es estrecho y hagámonos cargo de aumentarlo. Ya el sólo hecho de andar ese camino nos permitirá hacernos de cualquier instrumento como de un aliado, y no como de un enemigo.