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Miércoles 15 de Enero de 2014

Nicolás Maquiavelo, ¿moderno o posmoderno?

Imagen foto_00000003Columna de opinión de Luis Oro Tapia, docente de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Central de Chile

Durante el año que acaba de concluir, en varios centros universitarios del mundo, se conmemoró el medio milenio de la redacción de El Príncipe de Nicolás Maquiavelo. Chile no fue la excepción. Por cierto, la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez, en conjunto con el Centro de Análisis e Investigación Política, organizó un seminario al respecto, el cual cristalizó en la publicación del libro La revolución de Maquiavelo. El Príncipe 500 años después” (Ril Editores, Santiago, 2013).

El legado del florentino sigue siendo motivo de controversias. Suele atribuirse a Maquiavelo el carácter de cofundador o, por lo menos, de precursor, de la modernidad. Tal afirmación tiene cierta veracidad, en cuanto claramente rompe con su pasado inmediato. Es decir, con aquello que nosotros llamamos el mundo medieval.

Sin embargo, Maquiavelo no comparte con la tradición predominante en el mundo moderno el afán de perfección racionalista. Especialmente con aquel que construye propuestas normativas que tienen pretensiones de universalidad, ni comparte con los modernos —exceptuando a Hobbes y Spinoza— el optimismo antropológico.

Tampoco comparte con los modernos el afán de encontrar regularidades empíricas que tengan validez ubicua y ucrónica; no busca leyes científicas que tengan validez en todos los espacios y en cualquier tiempo. Dicho enfáticamente: Maquiavelo no es un científico político. O, si se prefiere decir de otro modo: Maquiavelo no es un cientista político, para usar esta expresión que implícitamente conlleva un matiz peyorativo. En efecto, el florentino no es un cientificillo político.

Maquiavelo es un politólogo; un hombre que estudia racionalmente la política, pero sin pretensiones de cientificidad. Maquiavelo quiere identificar las reglas que rigen el quehacer político. Éstas, según Maquiavelo, nunca o casi nunca fallan. Son reglas probabilísticas, por consiguiente, persiste un margen de incertidumbre. No son leyes científicas, en el sentido positivista de la expresión.

Quizás, el  capítulo más filosófico de El Príncipe es el que está referido a la virtud y la fortuna. En dicho capítulo Maquiavelo se pregunta qué es, en última instancia, lo real: la virtud o la fortuna. Establece entre ambas una ecuación que está casi perfectamente balanceada; porque hay algo que es aproximadamente la mitad que escapa a la virtud, es decir, al control y previsión racional. Y esa mitad sólo se puede dominar parcialmente.

Como se ve Maquiavelo confía en las posibilidades de la razón. Pero tampoco es radicalmente optimista respecto de sus posibilidades.

Las consideraciones anteriormente expuestas, me inducen a sospechar que Maquiavelo bien podría ser calificado como el primer posmoderno. En efecto, para Maquiavelo no hay soluciones perfectas ni definitivas. Il Macchia, como le decían sus amigos, es relativista y no calza del todo bien con aquello que Oswald Spengler denominó el Occidente faústico.

Maquiavelo es un pensador dúctil, policromático y relativista. Por eso, sus afirmaciones, pese a que son categóricas en la forma, siempre hay que remitirlas a ciertos supuestos que cambian de acuerdo a las circunstancias. Para el florentino el mundo no es sólido ni líquido. Más bien es gelatinoso y, por tal motivo, es incompatible con la rigidez. En consecuencia, los hombres deben saber adaptarse a los tiempos, si quieren sobrevivir exitosamente o, por lo menos, hacer llevaderas sus existencias en un mundo que está en constate transmutación.

Suele condensarse el pensamiento de Maquiavelo en la máxima el fin justifica los medios. Maquiavelo jamás escribió dicha frase. Si la hubiese enunciado hubiera incurrido en contradicciones, porque para él hay medios que siempre están prohibidos. Además, tal frase supone una claridad de fines que no se aviene con el relativismo y el carácter policromático de su pensamiento.

Tal vez el conjunto de frases que mejor retrata los bemoles del pensamiento del florentino —y su compleja visión del mundo, al igual que su abigarrada concepción de la política— son aquellas que están en su obra de teatro más famosa: La mandrágora. El sujeto de las frases es la mujer. Pero si el lector ensaya reemplazar el sujeto femenino por uno masculino o bien sustituir el sujeto por los sustantivos políticos o política, el sentido de las aseveraciones permanece invariable y refleja cabalmente la concepción que Maquiavelo tiene del mundo y de la política.

En seguida transcribiré el parlamento de uno de los personajes (no olvide el lector ensayar el cambio de género y de sustantivos) de la citada obra: “La mujer es el ser más caritativo y el más fastidioso. El que las echa[de su vida], huye de los problemas y del provecho. Quienes las tratan obtienen utilidad, pero también molestias. ¡Qué cierto es que no hay miel sin moscas!”. El párrafo apuntado da cuenta del carácter policromático del pensamiento de Maquiavelo; el cual se puede quintaesenciar en la frase final: “no hay miel sin moscas”.

Mutatis mutandis, la política y los políticos son necesarios; son un bien para el género humano; pero no son un bien de costo cero. La política es originariamente producto de nuestros vicios, no de nuestras virtudes. Si todos lo seres humanos fuéramos buenos, virtuosos, sensatos, razonables, prudentes y angelicales, no sería necesaria la política, ni el Estado, ni los tribunales de justicia, ni los curas confesores, ni los psiquiatras, ni los abogados penalistas. Así, la política es necesaria y los políticos también.

En definitiva, el pensamiento de Maquiavelo —que reconoce los fueros de la razón, pero que es reacio al racionalismo more geométrico, al determinismo y al mecanicismo— se puede resumir, desde mi punto de vista, de la siguiente manera: La sumatoria de los vicios o los males parciales, no produce el mal absoluto, sino que, paradójicamente, una virtud relativa o, si se prefiere, un bien relativo.

7Con todo, Maquiavelo no es el primer relativista, ni el primero en poner de relieve los excesos del poder, ni la índole ordenadora del mismo. En lo que a este punto concierne los sofistas le ganaron la partida. Pero sí sería, en mi opinión, el primero en prefigurar la posmodernidad, con todas las ambigüedades morales que ella posee; incluido su escepticismo, su cinismo y sus reversos: la necesidad de creer en algo y la hipocresía.

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Esta columna de opinión fue publicada en el portal El Dínamo en el enlace http://bit.ly/1fFAKtv