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Martes 13 de Diciembre de 2016

Migración y oportunismo político

Encargado de Proyectos e Investigación Facultad de Ciencias de la Educación. Licenciado en Filosofía, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Magíster en Políticas Sociales, Universidad Arcis; Master en Investigación y doctor en Antropología Social de la Universidad Autónoma de Barcelona

La migración se ha instalado como un tema nacional. Basta leer la prensa, los comentarios a las noticias y las declaraciones del mundo político para comprender que es parte de las nuevas preocupaciones de los y las chilenas, y que incluso ocupará un lugar importante en las promesas electorales de la campaña presidencial que se avecina. Por cierto es relevante abordar este fenómeno, dado que la movilidad humana es una de las características de las sociedades actuales y -así lo muestran los datos- todo indica que se incrementará en los próximos años. Chile no está al margen de este proceso, por el contrario, desde mediados de la década del 90 y con mayor fuerza a partir del año 2000 se ha consolidado como polo de atracción para personas que en su mayoría provienen de los países de la región, particularmente de Perú, Argentina, Bolivia y recientemente Colombia, República Dominicana o Haití. Hoy en Chile -y para poner las cosas en su justa dimensión- los y las migrantes no representan más del 2,8% del total de población, mientras que en Argentina y Venezuela son poco más del 4% y en Uruguay están muy cerca de esa cifra. Ni hablar de Estados Unidos o Canadá, países donde la migración corresponde a más del 15% de sus habitantes.


Pese a lo importante que es abordar la migración como un tema de presente y futuro, no es posible sustraerse a la discusión en torno a la forma en que se ha posicionado o, más bien, a la manera en que ciertos sectores políticos se han hecho eco de esta situación. En efecto, la fácil asociación entre delincuencia y migración, o generar la preocupación por la eventual competencia por las fuentes laborales o los recursos del Estado, es sin lugar a dudas una de las formas más bajas e irresponsables de instalar el tema. Y lo es porque constituye a este grupo, por cierto solo a los latinoamericanos, como una amenaza para nosotros, como un grupo que representa un peligro para nuestra forma de vida, para la precaria seguridad que hemos alcanzado y frente a la cual debemos protegernos. Ni más ni menos que la instalación del miedo al otro que en este caso se encarna en la figura del migrante. Tras esto hay un oportunismo intolerable, porque a la vez de promover el miedo, del cual somos presa fácilmente, se ubica de manera interesada en la figura del político a quien nos salvará de esta amenaza.


Lejos queda la posibilidad de discutir en serio sobre la modificación a la actual legislación, que además de restrictiva entra en abierto conflicto con las convenciones que en materia de derechos humanos Chile ha ratificado; o plantear los alcances de una política nacional de migraciones que establezca el conjunto de competencias que el gobierno central, los gobiernos regionales y locales tienen para trabajar con la población migrante. Ni hablar del aporte económico que generan los y las extranjeros que han revitalizado los mercados locales favoreciendo el crecimiento del país, ni menos, porque esto sí que no tiene cabida en el discurso político de los actuales candidatos, mostrar el aporte cultural que hacen y la riqueza que supone para todos nosotros vincularnos con una diversidad que de una vez por todas nos aleje de la absurda idea de homogeneidad que tanto mal nos ha hecho.

Prof. Rolando Poblete
Doctor en Antropología Social y Cultural
Facultad de Ciencias de la Educación - Universidad Central de Chile