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Miércoles 19 de Octubre de 2016

Lehaim por Bob Dylan

El profesor Alvarado es doctor en Ciencias Humanas. Filólogo y etnólogo. Profesor visitante de la Johann Wolfgang Goethe-Universitat Frankfurt am Main, Deutschland. Académico de la FACED y la Dirección de Investigación de la Universidad Central de Chile, cuenta con una quincena de libros y más de un centenar de artículos publicados.

La sorpresa, y en algunos casos el escándalo suscitado por la concesión del Premio Nobel a Bob Dylan, no es más que una suerte de rito con el cual el canon literario occidental anquilosado intenta defender sus débiles parapetos. Bob Dylan, sin duda es  un gran poeta, y no podemos dudar de que sea un poeta contra toda duda capciosa. La poesía, en todas las culturas, surgió como un arte oral, que tuvo un carácter sagrado, y que en sociedades arcaicas del encantamiento, con lo que es el acceso de lo trascendente a la sinuosidad de la vida cotidiana, los poetas fueron los portadores de las esperanzas de la tribu, los depositarios de la historia, en resumen, los depositarios del mito, aun en tiempos de la mayor opacidad.

En la cultura mapuche, la poesía es oral, por eso se le ha llamado “oralitura”, el profeta Muhammad heredó el arte de contar historias en la Meca, aunque fuese analfabeto, fundó una cultura, una religión y una moral fundamental  para nuestro mundo,  en el mundo occidental, Homero y Safo, como los poetas órficos, compusieron textos para ser declamados o cantados, no para ser necesariamente escritos; con el correr del tiempo, en la Europa medieval , los mesteres de clerecía y juglaría, hacían del poeta , un sujeto de provecho amplio, itinerante, que no solo entretenía, sino que hacía olvidar la peste, el hambre, y que por sobre todo, superaba la sociedad atomizada, propia de la autarquía medieval, en el arte chino y japonés, la poesía está siempre unida a la música y a la pintura, no se diferencia, la poesía es la belleza poblada de una sencillez que la hace transparente, siempre en pos de la inteligibilidad.

La escritura, es un invento reciente, tiene algo más de cinco mil años, según los registros arqueológicos. Probablemente surgió en Oriente Medio, y si hemos de ser honestos, los que nos dedicamos al oficio de escribir, debemos admitir que la escritura tiende a ser un arte olvidado. Pero no se olvidará jamás la palabra, nunca la palabra será nueva y circunstancial, solo es casual en el devenir de la historia la escritura impresa, desde la impresión china, seiscientos años antes de Gutenberg. No me satisface las razones de la academia Sueca, para conceder el premio Nobel a Dylan, excepto una: su capacidad permanente de reconvertirse, su modo de leer la poesía más elitista, recordemos que su nombre viene de un homenaje permanente al gran poeta Dylan Thomas, pero también su obra es un homenaje al gran arte que se inicia con los leñadores y granjeros norteamericanos, tan lejanos a la superpotencia norteamericana actual, a la música folklórica, está íntimamente unido a la armónica de los viajeros insolentes e ilegales de los trenes norteamericanos de carga, en busca de trabajo, en la gran depresión de la década del 30.

Justamente el discurso moderno, intenta separar las aguas, separa ciencia de arte, separa cultura de elite de cultura de masas, separa música de poesía; pero ese andamiaje se está cayendo a pedazos, porque la especialización funcional de los saberes, y de los sentimientos humanos, es lo que impide la forma de pensamiento supremo, el pensamiento de la palabra poética, que puede ser cantada o recitada, como también puede ser escrita y severamente codificada, pero es una forma de otro pensamiento, que permite soñar otro mundo. Dos aspectos me parece que han sido poco destacados hasta el momento, de la personalidad hecha obra, llamada Bob Dylan: una es su vinculación con la generación Beat, y la otra, es su condición de judío practicante.

El pensar en generaciones, es ya una aventura un tanto osada, que nos limita al momento de comprender cualquier obra artística o científica, pero Bob Dylan pertenece no solo a la generación Beat como propuesta estética o generacional, sino al cuestionamiento del estilo de vida norteamericano tan exitoso, y muchas veces tan vacío, que se nos quiere imponer como el mejor de los mundos posibles. Gregory Corso, el poeta que pasó parte importante de su vida en la cárcel, Jack Kerouac, el viajero que lanzó a toda una generación a hacer auto-stop sin un destino preciso, o Allen Ginsberg, el drogadicto homosexual que representó toda la ternura, la angustia, y la desesperanza en una obra que es un aullido monumental, son la familia espiritual, o al menos parte de ella, de Bob Dylan. Pero el movimiento beat no es solo una corriente literaria, es el grito desgarrador de una generación que vivió la segunda guerra mundial, y que cuestiona el estilo de vida burgués en todas sus expresiones, es una generación anti-intelectual, que experimentó por primera vez los límites, y justamente para ellos, la sociología creó por primera vez el concepto de contracultura; pero su huella en la cultura occidental es indeleble, son los padres espirituales del movimiento hippie y del relativismo antropológico en las ciencias sociales, y son la primera articulación que propone, desde el ejemplo y la palabra, un estilo de vida distinto para occidente, distinto del capitalista, distinto del acomodaticio estilo de vida burgués, distinto de la lógica de las virtudes públicas y los vicios privados. Es por ello que como contracultura desde una declamación elocuente y de gran elocuencia, recuperaron la poética de Bob Dylan.; parece ser que la decencia suele no tener fronteras, Allen Ginsberg pidió hace muchos años el premio nobel para Bob Dylan, pero también hizo lo mismo hace muchos años, nuestro anti-poeta Nicanor Parra; todas las personas que entiendan que este es un mundo eminentemente injusto, y que la certidumbre de la riqueza capitalista no hace siquiera a sus beneficiarios auténticamente felices, siempre han concordado en que Bob Dylan es un místico, portador de la esperanza respecto de otro mundo. 

La otra influencia que no desean que sea reconocida hoy, probablemente porque el fantasma del sionismo acecha, en mi opinión de manera injusta, es la del judaísmo de Bob Dylan, Dylan nunca ha sido sionista, pero nació en una familia judía con apellido judío, y durante gran parte de su vida vivió una búsqueda espiritual, que lo hizo ir más allá del judaísmo mismo, pero que con el tiempo, lo hizo volver.

Sin duda en la obra de Dylan, hay reminiscencias de los profetas bíblicos, hay algo de un Jonás que apela a Dios por no entenderlo, y hay algo de un Job, que termina entendiendo a Dios desde un entendimiento que no es propio de la razón occidental. No es difícil pensar que las encrucijadas de la “Tora” deambulan en sus textos, y que la Fe de Abraham es un fundamento incluso estilístico en su obra, su protesta no es más violenta que la de los grandes profetas de Israel, y no debemos olvidar que si Bob Dylan se internó en la poesía de occidente, se internó también en algo que está influido por un fundamento muy anterior al mundo grecolatino, e incluso muy anterior al mismo Abraham, esto es la sabiduría del medio oriente de las primeras culturas producto de los migrantes del África, cuna de todo lo que puede ser entendido como humano.

Entendamos a Bob Dylan como un chamán y como un profeta, como el depositario de las grandes incertidumbres que siguen desde mediados del siglo XX asolándonos, y a las cuales la globalización no hace más que globalizar.

El premio Nobel de Bob Dylan es la fiesta de los convulsos, de los inconformistas, de los que no creen en la hegemonía del capitalismo moderno, es la fiesta de los que sospechan otro mundo, por ello, un Salud por Bob Dylan, y como siempre: un Lehaim el brindis judío que puede traducirse “por la vida”: por la vida propia, por la ajena, por la que respira a nuestro lado, por la que existió, y por la vida aveniente, esa que soñamos como el paraíso hecho de luxaciones, pascuas y metáforas. Nuevamente Lehaim  por ti Bob Dylan.