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Viernes 28 de Octubre de 2016

La prodiga vida de una joven profesora

El profesor Alvarado es doctor en Ciencias Humanas. Filólogo y etnólogo. Profesor visitante de la Johann Wolfgang Goethe-Universitat Frankfurt am Main, Deutschland. Académico de la FACED y la Dirección de Investigación de la Universidad Central de Chile, cuenta con una quincena de libros y más de un centenar de artículos publicados

Dr. Miguel Alvarado, Investigador de la FACED

La vida de la profesora de filosofía Simone Weil (Judía francesa nacida en 1909 y muerta en 1943) fue corta, llena de sufrimientos (principalmente autoinfringidos), una existencia que para muchos es ininteligible y para otros, prodiga. Se le acusó de agitadora roja de parte de sus jefes en los liceos donde ejerció, de beata por León Trotski, de suicida por los catequistas mecánicos, o de ser una célibe intelectual excéntrica dedicada a sus desvaríos. Pero ante todo, fue una profesora que filosofó en el colegio y en la vida.

Su historia es enmarañada y maravillosa, es la historia de una joven francesa perteneciente a la burguesía judía, brillante alumna de la Escuela Normal Superior donde estudió filosofía y literatura clásica, condiscípula de Sartre y Beauvoir, ejerció la docencia en filosofía y en literatura en diversas liceos de Francia en provincias; pero su contexto, en la primera mitad el siglo XX europeo, no la hace tan distinta de cualquier profesor del área humanista en la educación media chilena o latinoamericana, contexto de desvalorización, sospecha y pobreza; y más aún, la acerca espiritual y existencialmente a nuestro país, aún se nos hace cercana por sus otros oficios como obrera fabril y posteriormente como operaria agrícola, a diferencia de Lenin o Marx o de Friedman y Von Hayek, ella trabajó en fábricas y campos, se ensucio las manos con grasa o con tierra, y se le curvó la espalda en la opacidad del trabajo mal pagado, padeció de insolación en la vendimia, como nuestras temporeras chilenas, y se cansó hasta la extenuación en una fábrica, corriendo los riesgos de un pobrero que es un lacayo del capitalista, del patrón y en última instancia de la máquina. Weil vivió la solidaridad de los trabajadores, la insolencia de los patrones, la competencia impuesta, y por sobre todo, la soledad de una mujer que existió al límite para construir una esperanza desde la razón, pero también desde su práctica, un armazón que no es empírico sino que se fundamentó en la más radical empatía.

Resumir su pensamiento resulta difícil y arriesgado, pero para nuestro contexto hay dos categorías que son prototípicas y lúcidas: las de arraigo y trabajo.

El arraigo resulta en ella, como en Heidegger y en parte importante del pensamiento contemporáneo, un fenómeno indispensable para poder practicar la autenticidad en el pensar, poner el movimiento un lenguaje auténtico es pensar auténticamente para Weil. Se trata de algo que nunca debe olvidarse en la educación chilena: solo desde el arraigo en las comunidades locales y en nuestra cultura de origen indígena e hispánico podremos salvar el alma que cura de la penuria; que cura del sufrimiento de no saber quién se es.

Parece que el gran poeta del arraigo de nuestros lares, Jorge Teillier, hubiera escrito solo para ella estos versos:

Ella estuvo entre nosotros
Lo que el sol atrapado por un niño en un espejo.
Pero sus manos alejan los malos sueños
Como las manos de las lluvias
Las pesadillas de las aldeas.

En su misticismo, es tan judío y tan cristiano pensar el trabajo como un padecimiento y Weil lo vive y lo narra, también es budista y Zen: quiso dedicar a cada amor una reencarnación, para posponer su nirvana mientras degustaba la vida. Pero es desde la experiencia concreta de la esclavitud del trabajo donde ella extrae su fundamento, el trabajo es lo que nos hace humanos, aunque en el capitalismo simultáneamente nos hace siervos, por paradojal que parezca; esa relación materia directa entre el trabajo manual y el individuo tiene para Simone Weil una dimensión sacramental, no reniega del trabajo y frente a las nuevas máquinas computarizadas que nos hace trabajadores fabriles inmóviles ella se hubiera revelado.

El trabajo consuma lo humano, no porque continúe la obra de Dios a la manera de la teología protestante, sino porque es lo fundamental para Weil; convertir esa comunidad en una colectividad espiritual.

Su itinerario es aún más abrupto, como en un western o en la vida de un santo: fue combatiente al lado de la causa republicana, a pesar de ser judía renunció a la posibilidad que su hermano, un brillante matemático, le daba para asilarse en Estados Unidos, volvió a Europa y específicamente a Inglaterra para ser parte de la resistencia, asesoró al general de Gaulle en la Constitución de la Quinta República, pero frente a las negociaciones de la política resistió a las debilidades morales de la "resistencia"; así, el mucho trabajar y la falta de alimentación le generaron el contagio de la tuberculosis, y al principio se negó a comer al saber de los genocidios NAZIS, luego su cuerpo no pudo resistir, murió en Londres a los 36 años.

Murió de hambre, de tristeza, de tuberculosis y de ansiedad; fue una insensata suicida: como Sócrates, como Cristo, como el Quijote, como Víctor Jara. Profesora de filosofía que hoy no tendría "horas" en Chile, por desconfianza y por no ser funcional a los tratados de libre comercio. No es nuestro entorno distinto al de Simone, como tampoco son distintos los tecnócratas miopes que la acosaron.

Simone Weil pensó en un Dios Poeta que explicaría metafísicamente la luminosa irracionalidad de que aún hoy, existan jóvenes en Chile que desean ser profesores de humanidades. Quienes están reduciendo las horas de estas especialidades, ni siquiera deben saber quién es Simone Weil y si lo supieran no la entenderían ni en su obra ni en su vida.