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Viernes 7 de Octubre de 2016

La paradoja de los Manuales de Convivencia ¿Consensos comunicativos o un bochornoso deseo de certidumbre?

El profesor Alvarado es doctor en Ciencias Humanas. Filólogo y etnólogo. Profesor visitante de la Johann Wolfgang Goethe-Universitat Frankfurt am Main, Deutschland. Académico de la FACED y la Dirección de Investigación de la Universidad Central de Chile, cuenta con una quincena de libros y más de un centenar de artículos publicados.

Dr. Miguel Alvarado, Investigador de la FACED

Necesitamos endémicamente certidumbre en la convivencia social, se trata de una necesidad que no siendo instintiva, es naturalizada en exceso. Tener certezas en la interacción, es  un factor que nos organiza.

Al sistema político chileno actual, algunos lo llaman “democracia pactada” y otros “democracia de los acuerdos”,  pero ante todo es nuestro modo de superar la dictadura y luego, intentar  constituir la transición; esta democracia se sustenta en dos principios: el primero, afirma que podemos comunicarnos (asunto que parece evidente pero que no lo es tanto), el segundo, consiste en que desde la comunicación surgen consensos que tienen una legitimidad ética, producto de comunidades concretas comunicándose y conviviendo en el paisaje de la comunidad nacional mayor. Pero ello se ha visto cuestionado por la aparición de sujetos emergentes en la acción social: estudiantes, indígenas, mujeres, pobladores, etc. Muchos hoy no se sienten parte de la democracia comunicativa, por el contrario más bien juzgan nos relacionamos desde órdenes discursivos que nos son impuesto.

Los Manuales de Convivencia Escolar, son sin  duda loables en su fundamento, ello respecto de la superación del bullying, el clasismo, la homofobia, el racismo y la violencia en cualquiera de sus manifestaciones, y no se trata solo de una tecnología de la convivencia a nivel local escolar, es algo mayor,  porque si se logra convivir de manera armónica en la escuela, es la sociedad toda la que convive.

En una sociedad tradicional es el sistema mítico-religioso el que articula los vínculos, hoy en Chile es la educación en gran medida la que los articula, las imperfecciones de la educación y también sus grandezas con las imperfecciones y esplendores de la sociedad toda. Prueba de ello es la repercusión de las demandas estudiantiles, no porque sea el educativo el único problema que Chile padece, sino porque la educación es aquel espacio donde la sociedad se significa, a la manera de una pantalla en medio de la oscuridad expectante de los cines que mi generación frecuentaba.

Según plantea el MINEDUC: “estos manuales sirven  para orientar el comportamiento de los diversos actores que conforman la comunidad, a través de normas y acuerdos que definen los comportamientos aceptados”; son un entrenamiento para autodefinir en comunidad la convivencia, pero también son herramientas dinámicas, cajas de utensilios que pueden y deben ser continuamente reformuladas, se fundamentan en una ética de los consensos desde la teoría de la acción comunicativa, ello siempre para las relaciones cara a cara.

Pero lejos de ser instrumentos de comunicación, el "Manual de Convivencia" ha sido asumido como un sostén simbólico que es figura de ley, en definitiva, presencia del padre psíquico, autoridad, jactancia, orden y regulación, es decir, certidumbre.

Sin duda hay menos angustia mientras más certidumbre tenemos, pero también hay menos autonomía y libertad. Así el manual en la práctica traiciona la lógica que le dio origen; aquí se juega el paso de lo tradicional a lo moderno: o somos libres y vivimos la náusea de la libertad o  contamos con certezas pero estamos sujetos irrestrictamente a las normas desde la tradición.

El poeta Armando Uribe, en su calidad de brillante jurista dijo,  “la sociedad chilena tiene en sus leyes algo de lo más granado de su creación literaria”, con ello no quiso decir sólo que fueran bellas, sino porque surgen de la ilusión estética de que lo racional es real y que la ley construye realidad organizada en la convivencia, por el contario, hay formas inconscientes de redactar y luego legitimar colectivamente la ley. Los manuales de convivencia son el padre que regula la interacción y no el producto de consensos dinámicos.

Lo reconozcamos o no, nos es preferible una regulación clara, una suerte de ley, un padre psíquico y social que defina la convivencia y así, el dinámico instrumento surgido de una ética comunicativa en su espíritu, se transforma en mera regulación jurídica.