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Miércoles 11 de Marzo de 2015

¡Tangentópolis! Corrupción en Italia, las lecciones para Chile

Por.- Nicolás Freire, académico Facipol

“Siempre estuve al corriente de la naturaleza irregular e ilegal del financiamiento a los partidos, a mi partido y a la actividad política en general. Lo comencé a entender desde cuando usaba pantalones cortos.”

Imagen foto_00000009Con esas palabras, el secretario del Partido Socialista y ex primer ministro italiano, Bettino Craxi, procedía en su declaración en torno al proceso Cusani, una de las tantas aristas del más amplio proceso judicial conocido como “Manos Limpias”, llevado adelante –a partir del año 1992– por el juez Antonio Di Pietro y cuyas dramáticas conclusiones, tanto judiciales como políticas, dieron vida a uno de los casos de corrupción política más conocidos en el mundo occidental y de más dramáticas consecuencias: Tangentopoli.

El proceso, comenzado a partir del descubrimiento de una extensa red de tangentes económicas, corrupción y financiamiento ilegal, que implicaba a los principales grupos políticos y a distintos grupos empresariales e industriales, tuvo efectos tanto judiciales, como políticos y sociales. Evidenciando, por cierto, que la sinceridad del político italiano no resultó ser un componente jurídico digno de exculparlo.

El destape del sistema ilegitimo, ilegal y corrupto, que tácitamente regía la política italiana llevó, en poco tiempo, al procesamiento de más de dos mil personas, entre políticos y empresarios y obligó, en una desesperada manifestación de conflicto ético y moral, a una serie de suicidios por parte de una treintena de actores involucrados.

El sistema político fue derribado, asistiendo a la implosión y desaparición de los principales partidos –la DC y el PS– y a la diáspora de sus miembros a lo largo y ancho del espectro político.

La ciudadanía, abiertamente movilizada por los medios de comunicación y en apoyo de los llamados “jueces de combate”, comenzó a manifestar fuertemente su descontento para con una clase política caduca, cuya incapacidad de cambiar se veía favorecida por un sistema electoral concebido para la propia permanencia en el poder. El descontento permitió entonces la aparición de nuevos actores –véase por ejemplo el nacimiento de Fuerza Italia, partido del empresario Silvio Berlusconi– que alzaban la bandera de la ajenidad al mundo político.

Hoy, a más de dos décadas de dicho escándalo, la simple lectura de lo sucedido pareciera indicar la interminable constatación de un vicio común para dos sistemas geográficamente muy distantes.

La lectura cotidiana de los casos jurídicos y políticos en acto en nuestro país –léase Penta, Caval, Arcis y otros– invita a reflexionar no solo sobre la oportunidad de incorporar, preventivamente, aprendizajes extraídos de experiencias extranjeras sino que, además, presupone una crítica reflexión sobre las reformas necesarias para la salvaguardia –más que el fortalecimiento– de un sistema democrático que se encuentra en jaque.

Y la experiencia no debe ser solo y únicamente a nivel social o nacional. Cada uno de nosotros se encuentra llamado a comportamientos que tengan en cuenta este factor preventivo, esa atenta mirada a experiencias –fallidas en este caso– similares.

Leer frases como “No he hecho nada distinto a lo que hacen la mayoría de los candidatos” no solo demuestra el desconocimiento de los hechos que aquí se describen, sino que acercan aún más nuestra experiencia al caso italiano, llamando abiertamente al parangón con el enjuiciado Bettino Craxi.

Esperemos que la similitud de comportamiento por parte de nuestros políticos nacionales, más que ser un factor premonitorio, sea el fruto de la ignorancia de los hechos aquí descritos o, aún mejor, de la mera casualidad. Una, por cierto, muy preocupante casualidad.

De lo contrario tocará preguntarnos: ¿bastará no haber hecho nada distinto a los demás para exculparse por las graves trasgresiones cometidas? Las que, dicho sea de paso, más que señalar la infracción de una ley, enlodan el espíritu mismo de la ética y la moral pública.