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Viernes 14 de Octubre de 2016

¿Es la educación un mecanismo de ascenso social?

El profesor Alvarado es doctor en Ciencias Humanas. Filólogo y etnólogo. Profesor visitante de la Johann Wolfgang Goethe-Universitat Frankfurt am Main, Deutschland. Académico de la FACED y la Dirección de Investigación de la Universidad Central de Chile, cuenta con una quincena de libros y más de un centenar de artículos publicados.

En Martin Rivas el padre de este se dirige al Sr. Encina para solicitar amparo para su hijo, en la carta se evidencian todas las esperanzas que deposita en el hijo en un momento donde el ve su muerte como próxima; le pide que le facilite condiciones de sostén para que este desarrolle sus estudios, ello porque este padre preocupado usó todo su mermado capital en proveer a su hijo la posibilidad de estudiar, no sólo para su bien personal sino para el bien de toda su familia.

Esta carta, evidencia la cosmovisión emergente de la clase media, es casi un mantra que ve a la educación como proveedora del prestigio y del poder político; que a la manera de una letanía repiten los migrantes campo/ciudad desde el siglo XIX hasta hoy, aunque en la actualidad ya no se trata de migrantes que se emplean en la naciente industria por el modelo de sustitución de importaciones, sino de  pobladores que generan los cinturones de miseria torno a las ciudades de nuestro país.

Un ilusión no es solo un fenómeno psíquico, es también una esperanza que surge de una perspectiva colectiva, en palabras de Antonio Gramsci, una “articulación de sentido”, visión del mundo que los intelectuales crean, sean estos profesionales de la cultura de elite o especialistas de la cultura popular, ya que el sentido común no surge de la experiencia sino de la influencia social que los intelectuales generan.

A mayor educación entonces existirá ascenso social, por lo tanto la educación es el nudo de la meritocracia. Pero hoy no basta con ser culto o “leído”, se debe poseer un capital simbólico, tener diplomas que acrediten esa educación, porque la paz del padre de Martín Rivas es la tranquilidad de todos nosotros: dejamos  nuestros hijos con un “título”, para “morir en paz” o  al menos para envejecer serenos. De ahí la monserga “estudie hijito(a) que la educación es lo único que puedo dejarle”, mientras tanto en los barrios populares el rápido y más significativo ascenso  lo logran los traficantes y en las capas medias los audaces emprendedores, pero son pocos, muy pocos, porque como dice la película NO: cualquiera puede ser rico, no todos, cualquiera.

Sin embargo, hoy la contradicción esta reforzada, estudios serios afirman que es más importante el colegio al que asistimos que  la profesión o la universidad donde nos titulamos, la elite ha generado para el desarrollo del aparato productivo el triple de puestos gerenciales, pero ellos son ocupados por esa misma elite que tiene, por ejemplo en Santiago, solo una parcela experiencial de Plaza Italia hacia arriba.

La segunda contradicción es que los estratos medios empobrecidos, ya ven como los títulos universitarios no logran un ascenso real; Chile es una sociedad de castas, nacemos en una clase y nos movemos en los contornos de ella, pero no las traspasamos. Allí es donde  opera el maldito y maldecido capital social, el que no se obtiene por mérito y rara vez se pierde, a menos  que hablemos de casos muy excepcionales como el oscuro oficial Pinochet casándose con la hija del Senador Hiriart.

Aumentemos la paradoja: es un hecho sociológicamente indiscutible que la clase media es una fuente de “acolchonamiento”, genera paz porque no quiere revueltas, valora su ascendente confort, pero es uno de los grupos sociales más dañados durante las dictaduras latinoamericanas, los estratos medios y especialmente el profesorado, perdieron poder adquisitivo, prestigio social e incluso por periodos se le quitó el carácter universitario a la profesión.

Las decenas de familias que manejan el poder económico, no dan espacio al auténtico ascenso social y empobrecen a la clase media. La elite económica no invierte en paz social, ni siquiera asumiéndola como un bien, con ello acumula tensiones. Si en Chile todos somos ilusoriamente de clase media, entonces todos vivimos la frustración, si a eso le sumamos el lucro con la ilusión del estudio, el peligro es inminente, pero nuestras elites económicas no desean verlo: la carta del padre de Martín Rivas sería hoy un pulcro espejismo.