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El evangelio según Soto

Por Osvaldo Torres Gutiérrez, decano Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Central. Publicada en El Mostrador, el 7 de enero de 2015.


El pastor evangélico se ha caracterizado por sus irrupciones tipo "funa" hacia dirigentes de los grupos que promueven la igualdad de derechos según la opción sexual. Es decir, se ha dedicado a hostilizar a quienes luchan por cambios culturales que ya se han producido a nivel de las prácticas sociales de las chilenas y los chilenos.

El pastor Soto viene desarrollando una actitud sistemática, ofensiva y que abusa de su investidura otorgada por la ley. Él quiere que "retomen el camino de dios", "dejen de hacer orgías", a la par que les grita a viva voz "sucio, pervertido, sodomita, pecador, hijo del diablo y Hitler chileno que pervierte a niños y adolescentes...". Hay un fundamentalismo religioso en sus palabras y actitud disruptiva, que debiera preocupar a las autoridades del Estado, a la opinión pública y a las iglesias.

Los evangélicos chilenos de hoy se caracterizan por un discurso que lucha por la igualdad religiosa, y en su propósito obtuvieron el apoyo de los políticos progresistas. Pero las principales comunidades obispales se han refugiado en la corriente neoconservadora que impulsan los sectores globalizados de la elite evangélica mundial y que encuentra su apoyo en la producción "antigay, antiaborto y profamilia" proveniente de Estados Unidos.

Sin embargo, pienso que no es una actitud ajena a la evolución que han tenido ciertas posiciones religiosas en el país y en particular las de las iglesias evangélicas. Tomar esta expresión sólo como un desvarío no permite ver las estrategias y anclajes sociales que tiene actualmente la cruzada evangelizadora en América Latina, con fuerte apoyo de los sectores neoconservadores de los Estados Unidos.

Una primera distinción es que la oposición activa de la Iglesia católica a los temas del aborto terapéutico y la defensa "de la familia", está en entredicho en la propia institución, pues no es un tema de principios sino de hegemonías transitorias, toda vez que en el pasado no fueron cuestionadas por la jerarquía, cuando se permitía el aborto terapéutico y la píldora anticonceptiva como parte de la planificación familiar que impulsó Eduardo Frei M. en su gobierno.

También ha perdido legitimidad moral luego de la prolongada tolerancia a los abusos sexuales de niños, las adopciones ilegales realizadas por algunos de sus miembros y otras desviaciones conductuales que fueron ocultadas para proteger un "bien mayor", que era el prestigio de la propia Iglesia. De todo esto el Papa Francisco ha pedido perdón y ahora se esperan cambios efectivos, entre otros, las reformas al celibato, apertura a las mujeres para realizar misa, como cuestiones iniciales, que permitirían reconstituir el vínculo entre las transformaciones reales de las sociedades desiguales, modernas, occidentales y los discursos teológicos de una Iglesia que aparece como vetusta en sus formas de organización aptas para el período industrialista y despreocupada del pueblo de dios.

Ahora bien, los evangélicos son otro mundo, otro tipo de organización, que viene construyendo más adhesión en la población y con ello más influencia. Por su manera de evangelizar en tiempos de grandes incertidumbres, cambios profundos en la estructura social de América Latina y el país, con un raquitismo del Estado que había operado como suerte de "padre protector", están en mejores condiciones para ofrecer un discurso restaurador del orden ido, desde lo local hacia lo global, desde la familia a un orden de la sociedad. Se apoyan en una cosmovisión que reclama el viejo orden familiar patriarcal, con autoridad clara y un rol subordinado de la mujer que debe servir a la familia; se entiende que allí está la base que permite el refugio ante la inseguridad de la violencia, las drogas, el trabajo precario y la desestructuración de la identidad social, en comunidades que requieren certezas de que tendrán una vida mejor o que lo alcanzado no se destruirá en la próxima crisis.

Los evangélicos chilenos de hoy se caracterizan por un discurso que lucha por la igualdad religiosa, y en su propósito obtuvieron el apoyo de los políticos progresistas. Pero las principales comunidades obispales se han refugiado en la corriente neoconservadora que impulsan los sectores globalizados de la elite evangélica mundial y que encuentra su apoyo en la producción "antigay, antiaborto y profamilia" proveniente de Estados Unidos. Como lo afirma J. Cordova, los procesos de conversión religiosa que buscan estabilización son una respuesta al debilitamiento de los lazos familiares y a los períodos de crisis, en que los creyentes se mueven hacia contextos más emotivos y 'prerracionales', como el pentecostalismo, que tiene su sostén tanto en la oralidad que le permite adaptarse a los múltiples contextos culturales y en la experiencia extática en el culto, con pastores en relación directa con sus vivencias cotidianas. Ello hace más coherente la defensa del orden jerárquico, "la estabilidad personal y la familia lograda".

Es por lo anterior que también se produce un acuerdo tácito entre esta corriente predominante entre los evangélicos y la Iglesia católica, pues ambas –hasta ahora– están atrincheradas en un viejo orden moral, que no da sentido a una clase media emergente más educada, descreída del poder y que se declara no creyente. En otras palabras, la población chilena va dejando de ser católica, incrementa su número de evangélicos, pero en términos absolutos lo que aumenta son los que han decidido confiar en sus propios valores, que no son necesariamente mejores o peores que los que provee la religión. Es así como Latinobarómetro 2014, señala para Chile que los que se reconocen como creyentes católicos han caído al 57% y los evangélicos suben al 13%, mientras que los no creyentes (ateos, agnósticos y otros) llegan al 25% de la población.

El evangelio que predica el pastor Soto debiera ser aislado por las jerarquías de las iglesias de Chile, si valoran las libertades religiosas y los derechos humanos, que son justamente los valores que permiten que las iglesias puedan convivir en las sociedades democráticas en que debiera haber una clara separación entre la religión y el Estado.

Larraín y Jiménez, los dirigentes del movimiento homosexual acosados por el pastor Soto, requieren de la protección del Estado, el que debe velar por los derechos de todos, incluidos los movimientos proaborto, de los homosexuales y de quienes son sus portavoces.