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Martes 15 de Julio de 2014

Dominación Masculina y Violencia hacia la mujer en el ámbito familiar

Masculinidad Hegemónica construida por una serie de sustentaciones formales e informales, tales como: costumbres, leyes, tradiciones, cultura, ideologías, religiones y la propia experiencia intergeneracional de hombres y mujeres, a mantenido la violencia contra la mujer y los hijos, como una forma de resolución de conflictos o sometimiento al interior de las familias, a pesar de los avances legislativos.

Autor: Alexis Valenzuela Mayorga* 

Hablar de Familia es pensar una organización que ha sufrido grandes transformaciones en la historia de la Humanidad, algunos investigadores establecen su origen en el clan y el sedentarismo  que daría  nacimiento a la propiedad privada, donde los hombres se apropian de la tierra y a la vez se adueñan de las mujeres para poder tener la mano de obra necesaria para poder trabajar la tierra (Engels , 2000). Es aquí donde nacen familias aclanadas con 3 o hasta 4 generaciones, donde la transmisión de la cultura y el cuidado de los niños  se encuentra en las mujeres y la producción de bienes y alimento s en los varones. Posteriormente con la revolución industrial nace la familia nuclear, la que se ha consolidado hasta el siglo XX, entrando en transformaciones en las últimas décadas, dando nacimiento a nuevas formas de familia, como la monoparental, la reconstituida y otras.

Pero a pesar de las transformaciones de la estructura familiar y de las formas de producción, el Patriarcado ha sido una construcción cultural que permanece en el tiempo, diferenciado los roles de hombres y mujeres, dando a los primeros el ámbito público y productivo y a las segundas el ámbito de lo privado y reproductivo, con fundamentos divinos y legales(1993). Es así como el patriarcado establece  las características aceptadas para el comportamiento de los hombres representándose en la masculinidad hegemónica.

La  masculinidad hegemónica puede definirse como la configuración de la práctica de género que incorpora la respuesta aceptada, en un momento especifico, al problema de la legitimidad del patriarcado, lo que garantiza la posición dominante de los hombres y la subordinación de las mujeres (Connel, 2003).

La hegemonía sólo se establecerá si existe cierta correspondencia entre el ideal cultural y el poder institucional, colectivo  e individual. Su principal característica es el éxito a su reclamo de autoridad, más que la violencia directa. “En consecuencia la hegemonía es una relación histórica móvil; su flujo y reflujo son elementos claves de la descripción de masculinidad”. (Connel, 2003, p 118).

Dentro de ese marco se establecen relaciones de dominación y subordinación especificas, que se estructuran de acuerdo al género. En el caso de las sociedades europeas y americanas contemporáneas es la dominación de los hombres heterosexuales  y la subordinación de las mujeres y hombres homosexuales. (Connel, 2003).

Las definiciones normativas de la masculinidad se enfrentan al problema de que no muchos hombres se ajustan a los estándares esperados, la cantidad de hombres que practican rigurosamente el patrón hegemónico en su totalidad es pequeña; sin embargo la mayoría de ellos, se benefician de la hegemonía, obteniendo ventajas sobre las  mujeres y hombres homosexuales.

Las relaciones de complicidad con el proyecto hegemónico permitirán que otras formas de construcción de masculinidad, aprovechen los dividendos del patriarcado, sin las tensiones o riesgos que conlleva  el estar en la vanguardia del mismo.

Tanto la masculinidad hegemónica, como las expresiones marginales, no designan tipos de carácter fijos, sino configuraciones de la práctica, generadas en situaciones particulares y en una estructura de relaciones mutables. Cualquier teoría de la masculinidad debe explicar el fenómeno del cambio social, entendiendo el género como un  producto de la historia y también como un productor de la misma.

La violencia como manifestación de la masculinidad hegemónica es también parte de un sistema de dominación. La proporción de violencia contemporánea señala una  tendencia hacia la crisis en el orden de género moderno, siendo una de las dificultades de la sociedad actual en la adaptación del individuo a su integración social  (Muñoz,  2006).

Todo esto permite comprender que la masculinidad es una construcción cultural que se reproduce socialmente y que por tanto no se puede definir fuera del contexto socioeconómico, cultural e histórico en que están insertos los varones. El modelo de género impone mandatos  que señalan- a mujeres y hombres- lo que se espera de ellos y ellas, siendo el patrón con el que se comparan y son comparados los hombres. De esta manera, podemos observar una masculinidad hegemónica o dominante y otras subordinadas, subyugadas, marginadas o alternativas, pero siempre definidas desde la hegemonía (FLACSO, 2002).

Según la masculinidad dominante o hegemónica, los hombres se caracterizan por tener que responder a los siguientes mandatos culturales (Olavarria y Valdés, 1998):

1     Activos: El hombre es un ser activo, es la ley en su casa, su mujer e hijos le deben obediencia, es jefe de hogar, responsable de su familia.

2     Autónomos: Son libres y autónomos, que tratan en igualdad con otros hombres.

3     Fuertes: Sin temor, sin expresar sus emociones, sin llorar a excepción que esto reafirme su hombría.

4     Potentes: con fuerza física, protectores de los suyos.

5     Racionales: Toman las decisiones a través de un análisis racional.

6     Emocionalmente controlados: No demuestran sus emociones, ello es un signo de debilidad.

7     Heterosexuales: Le gustan las mujeres, las desean, deben conquistarlas para poseerlas y penetrarlas.  Su animalidad es más fuerte y su deseo puede ser superior a su voluntad. El hombre se empareja con una mujer, es padre y tiene una familia.                                                                                             

8     Son los proveedores en la familia: Debe proveer siendo responsable de quienes están a su cargo.

9     Su ámbito de acción es la calle: El hombre es de la calle, del trabajo; ese es su lugar, le aburre la casa; la mujer es de la casa, no hace lo que es de responsabilidad de la mujer.

Todo esto en oposición a las mujeres, los hombres homosexuales y aquellos varones femeneizados (Olavarria, 2000).

A su vez según estudios en Latinoamérica la masculinidad se construye de 2 dimensiones (Fuller, 2003):

1.- La natural: la virilidad: se refiere a los órganos sexuales y a la fuerza física, a partir de lo cual cada hombre debe controlar sus emociones demostrar fuerza física y ser sexualmente activo.

2.- La social: la hombría es un estatus que se debe alcanzar para obtener el titulo de hombre y se refiere a tener familia y trabajo.

El mandato cultural de tener trabajo será tan fuerte en los hombres, que en la búsqueda de su cumplimiento arriesgaran la propia salud e integridad física. A si mismo la perdida del trabajo será vivenciado como el mayor riesgo para su salud y el de su familia (Valenzuela, 2008).

El trabajo es representado desde la provisión familiar como una labor excluyente y distintiva de las mujeres, quienes pueden elegir trabajar o no sin afectar su propia identidad (Valenzuela, 2008)

La mujer y lo femenino se considera lo abyecto, el limite de la masculinidad. El hombre que pasa el límite se expone a ser estereotipado como no perteneciente al mundo de los varones. Estas tensiones en la generación de las características propias de la masculinidad y por cumplir con el modelo hegemónico, someten a una vivencia de incomodidad, dolor y frustración a los hombres (Fuller, 2004). Que los llevaran a tratar de generar nuevas formas de dominación, más sutiles y  simbólicas o evidentemente agresivas.

En este contexto, es posible comprender el fenómeno de la Violencia Intrafamiliar como un sometimiento y control del hombre sobre la mujer, desde lo que la cultura y la historia le permiten ejercer. Debemos recordar que en Chile hasta el año 1994, era absolutamente legal golpear a la cónyuge “manun militarum”, según establecía la norma del Código Civil de 1855 que regulaba el Matrimonio (Biblioteca del Congreso Nacional de Chile, 2012).

De esta manera la Masculinidad Hegemónica construida por una serie de sustentaciones formales e informales, tales como: costumbres, leyes, tradiciones, cultura, ideologías, religiones y la propia experiencia intergeneracional de hombres y mujeres, a mantenido la violencia contra la mujer y los hijos, como una forma de resolución de conflictos o sometimiento al interior de las familias, a pesar de los avances legislativos.

De hecho, el  año 2011 de las 155.113 denuncias de violencia intrafamiliar, realizadas en Carabineros de Chile, 123.820 corresponde a mujeres agredidas, manteniéndose la tendencia histórica de 80% de victimas de sexo femenino, que tienen como ofensor a su pareja masculina, ya sea cónyuge o conviviente (Ministerio del Interior y Seguridad Publica de Chile , 2012).

Esta realidad no cambiara en Chile mientras no cambie el hombre mismo, y no hablamos de la falacia de construir un nuevo tipo de hombre, sino que estamos proponiendo - basado en la experiencia de la Fundación Hombres Libres y Familia - un cambio de la identidad masculina, desde una identidad masculino hegemónica a una género equitativa (Valenzuela 2012). Que reconozca las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, pero la igualdad en derecho y valor.

Para generar un cambio en la situación de violencia en la familia es necesario reconocer el origen de la misma en la identidad masculino hegemónica,  para así poder establecer programas psicosociales o socioeducativos que actúen desde el tratamiento o la prevención primaria.

Programas que vayan dirigidos específicamente a los hombres como sujeto de intervención, reconociendo en ellos un sujeto de derecho que también posee género. Cuyos actos tendrán consecuencias positivas o negativas en las personas que lo rodean y su medio ambiente más cercano.

Un aporte significativo en la materia lo entrega el Doctor en Salud Pública de la Universidad de Harvard, Don Sabo, con el concepto de Sinergia de Género, que reconoce “que las vidas entre hombres y mujeres son fundamentalmente reciprocas y han de ser comprendidas en términos relacionales” (Sabo, 2000, p. 8). Cuando el patrón de relaciones mutuas estimula procesos o resultados finales de salud positivos para ambos sexos, estamos frente a una sinergia positiva, ejemplo de ello es la participación del padre en el parto y en los cuidados de los niños, donde la triada: padre, madre e hijo o hija se ven favorecidos (Sabo, 2000).

De esta manera si las políticas públicas intervienen en la modificación identitaria de hombres en general y de hombres violentos en particular, se afectara positivamente la salud e integridad física de mujeres, niños, niñas y adultos mayores; las principales victimas de la violencia intrafamiliar.

Ejemplo de ellos son las iniciativas municipales de programas de prevención de violencia masculina en Chile como: Repara de Antofagasta, Pronovif en Cerro Navia. Y las iniciativas de la sociedad civil como la Fundación Hombres Libres y Familia con 5 años de trayectoria en la intervención con hombres imputados por la ley de violencia intrafamiliar y hombres que voluntariamente acceden a eliminar su propia violencia.

A nivel de Gobierno central de Chile, solo existe 1 iniciativa piloto para tratamiento de hombres que ejercen violencia: El Programa de hombres por una vida sin violencia implementado por el SERNAM (SERNAM; 2012) en la administración del Presidente Sebastián Piñera, con una cobertura que no alcanzan a cubrir el 1% de los imputados por violencia intrafamiliar del país (más de 140.000 denuncias por año).

En Perú no existe ni un programa del gobierno para atender a hombres, solo iniciativas locales o grupos de autoayuda. Actualmente se ha creado la Dirección de Violencia de Genero en el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, que está estudiando la implementación de una propuesta para enfrentar la violencia intrafamiliar de manera integral.

Por lo tanto es imprescindible al aumento de oferta para tratamiento de hombres que renuncian a la violencia, de parte de los Gobiernos Latinoamericanos, subvencionar las iniciativas exitosas de la sociedad civil, pero también se necesita generar una política coherente de prevención de la violencia de género, no sólo orientado a la victima sino que incorporando a los hombres y su formación de identidad, para la deconstrucción de la masculinidad hegemónica en las distintas etapas del ciclo vital.

 *Articulo publicado en:  http://www.mimp.gob.pe/files/direcciones/dgfc/diff/Boletin_infofamilia_2014_2.pdf

 *Asistente Social y Magíster en Salud Pública, Presidente Fundación Hombres Libres y Familia, Docente de Trabajo Social  de la Universidad Tecnológica Metropolitana del  Estado de Chile (UTEM), Docente de Salud Pública de la Universidad Central de Chile  y Miembro de la Sociedad Chilena de Salud Pública de Chile.