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Martes 27 de Enero de 2015

Discurso decano durante la celebración del 25º aniversario de FACSO

Decir que el Chile de hoy no es el mismo que el de hace 25 años, cuando se fundaba nuestra facultad no aporta mucho. ¿En qué hemos cambiado? ¿Cómo lo hemos hecho? ¿La dirección de ese cambio ha sido buena? ¿En qué ámbitos lo ha sido? ¿Ha valido la pena? En fin,son muchas las preguntas que se pueden formular.

Sin embargo, me interesa nombrar –ni siquiera analizarlos- tres hechos que muestran, –a mi juicio,- parte de esos cambios culturales, sociales y políticos, y que tienen a la sociedad chilena en la incredulidad, la indignación y la crisis de legitimidad de su sistema institucional: Penta y Caval como símbolos del poder del dinero en la política de los partidos y los poderes del Estado; el recién nombrado obispo de Osorno Juan Barros, seguidor y cómplice del abusador Karadima, como el epítome del descalabro de las instituciones morales y a la vez la digna reacción de una parte de los católicos chilenos; y, el reciente nombramiento como presidenta de la Comisión de Derechos Humanos del Senado de Jacqueline Van Rysselberghe, abierta simpatizante de la dictadura en sus tiempos de universitaria, y actual relativizadora de los crímenes de lesa humanidad cometidos por aquella, además de activa discriminadora de los derechos de homosexuales.

Estos tres hechos expresan al punto que hemos llegado en la institucionalidad del país. ¿En quién confiar? ¿Quiénes –en el marasmo de juegos del poder de la información- se salvan de esta mala reputación? Podrán, los mismos que nos tienen en este punto, tener la legitimidad política y moral para resolver esta crisis en la institucionalidad impuesta desde 1980?

A mi juicio hay un punto de partida básico: reconocer que la crisis existe y que se puede resolver a condición que la democracia se fortalezca, pues estos problemas se han producido por la carencia de ésta; por el déficit de democracia en que hemos transitado estos 25 años.

Y la democracia está ligada directamente a las posibilidades del ejercicio de los derechos humanos. En Chile ha costado décadas de luchas sociales y teóricas para que nuestra sociedad reconozca que los derechos humanos son –y deben ser- una base para la construcción institucional y cultural de la convivencia, superando los autoritarismos, mesianismos y las oligarquías.

Los derechos humanos son una construcción eminentemente moderna que se origina en la iIndependencia norteamericana y la revolución francesa, y que se consolida con la Declaración Universal de la ONU en 1948. Se han ido reconociendo nuevos derechos y consolidando mecanismos universales de exigibilidad, en la misma medida en que se continúan violando y se les ataca doctrinariamente desde aquellos que pregonan el liberalismo exacerbado, la ética utilitarista o el posmodernismo del "otro radicalmente diferente".
Cuando se asume la relación democracia y derechos humanos se entiende que como construcciones razonadas, son producto del acuerdo de todos en reglas y condiciones básicas de convivencia y que conllevan tanto obligaciones directas como indirectas, que permiten respetar los derechos de los otros que reconozco iguales a mí en derechos, pero diferentes en ideas, origen étnico u opción sexual. Esta cuestión elemental es la que puede permitir re-articular una salida a la crisis actual y sin duda puede orientar las decisiones en las instituciones que promueven sociedades más democráticas, justas y libres.

En este sentido la Universidad Central como institución formativa, no ha estado ajena a los procesos sociales, políticos y culturales; es más, ha contribuido de diversas formas a que ello acontezca. DPues desde 1983 a la fecha, ha participado de la ampliación de la cobertura en la educación superior y ha buscado entregar un sello formativo a quienes egresan. Este fenómeno fue notorio en el contexto dictatorial, pues la Central era una universidad privada de clara orientación pluralista, no doctrinaria, cuando emergían proyectos de corte religioso o ideológico afines a ese régimen. Pero en la década de los '90, en medio de la expansión de la matrícula y su aceleración en los 2000 con el CAE, se agudiza la idea de la "universidad empresa". La Central quiso ser arrastrada a ese modelo, con las consecuencias en el deterioro de la calidad, la investigación, los procesos administrativos, etc. que la fueron situando fuera de las mejor valoradas; mostrando, de paso, que nada es eterno sino se cuida permanentemente.

En ese contexto es indispensable señalar que las Ciencias Sociales y las humanidades tienen un papel esencial en la conformación del alma mater de una universidad. Son estas disciplinas las que están obligadas, por su constitución, a reflexionar sobre la sociedad en que viven, las que interrogan al orden de la cosas, y cuestionan las respuestas superficiales; y por ello en tiempos de crisis son aún más importantes. Las ciencias sociales son condición y posibilidad para que la universidad produzca un espacio de reflexión y autorreflexión libre, donde se pueda problematizar la relación del género humano en y con su tiempo y culturas, con la gama de opiniones que permitan salir de la consigna o la receta, y asuma que la crítica es un ejercicio riguroso, coherente, sistemático cuya fuerza son las ideas y la capacidad de convencer. Por ello debe formar y a la vez investigar; estar en las fronteras del conocimiento nutriendo al pregrado y fortaleciendo los posgrados. Sin el desarrollo de una sólida ciencia social, una universidad no tiene mucho que decir y hacer en la sociedad; salvo que se piense como una institución generadora de profesionales, como instituto.

Es por esta cualidad de las facultades de ciencias sociales, que sus estudiantes y académicos, pero más los primeros, se les representa socialmente como problemáticos, cuestionadores, como si fuese un estigma. Pues bien, estudiantes pasivos, receptores de conocimientos empaquetados y faltos de consciencia crítica no son los que buscamos para esta universidad y facultad: este tipo de estudiantes se asemeja a lo que decía Max. Weber en su crítica a la politización de la enseñanza; cito "en el aula, en donde se está sentado frente a los propios oyentes, a éstos les toca callar y al maestro hablar, y considero una falta de sentido de responsabilidad aprovecharse de esta circunstancia para inculcar a los oyentes las propias opiniones políticas

Puede haber alguien que simpatice con Weber en esto; yo no. La universidad y en particular nuestra Facultad debe alentar la reflexión crítica para que pueda ser formativa, promover el pensamiento no la sumisión, que posibilite la renovación de los conocimientos y las prácticas; comprometidos con la búsqueda de la verdad, de una verdad en su historicidad, en lo transitorio de ella, y preguntándonos qué es y si esa verdad no es sólo una mera producción consensuada. Debemos alentar la ética de la solidaridad con los demás y derrotar un individualismo utilitarista que piensa la formación profesional universitaria exclusivamente con la racionalidad de la rentabilidad futura pero no la vincula a la vocación y las estrategias de desarrollo del país.

Para esto los académicos y docentes debemos hacer lo nuestro, que por supuesto no es adoctrinar, si no ampliar el conocimiento, investigar, reflexionar más colectivamente e incluir a los estudiantes en los debates. Como decía Eugenio González, respecto de la universidad de Chile en 1967: "los problemas que en ella se planteen deben resolverse en términos de razón y justicia, con leal prescindencia de cualquier propósito de presión sobre el espíritu y la conducta de individuos y grupos. La violencia y el dogmatismo –que también es una forma de violencia- deben ser excluidos del ámbito universitario". Y es que le proceso formativo no es ni unidireccional ni inmediato, está mediado por muchos factores siendo clave el del "ambiente universitario" donde hay debate y respeto, creatividad y rigor, crítica y propuesta; por ello hemos buscado crear o recuperar el concepto de comunidad académica y universitaria en la FACSO, evitando repetir el deterioro de la convivencia.

Los tiempos presentes son de cambios profundos, de incertidumbres y potencialidades; y en medio de ello está el debate sobre la reforma a la eEducación sSuperior para Chile. Nuestra universidad, sabido es, no pertenece a grupo religioso, económico o político y esa gran ventaja para hacer universidad plural y comprometida, opera como desventaja ante los poderes fácticos que se hacen fuertes en situaciones de crisis. La Central quiere ser derrotada en su modelo de universidad de la sociedad civil para enmarcarla en la dicotomía: o del Estado o de Empresa; por ello desde el poder nos rechazan el ingreso al sistema DEMRE y nos investigan sin investigar a otros. Nuestra respuesta debe ser más y mejor universidad, más actualización curricular, más creatividad pedagógica, más investigación y posgrados, con una activa relación con el medio.
Esto implica fortalecer la idea de comunidad orientada por sus valores y misión y no hacia el mercado; requiere de un uso racional de los recursos y de un esfuerzo por cubrir áreas deficitarias. Nuestras autoridades han comprendido esto y han venido tomado importantes medidas que nos llevaron a obtener los 3 años de acreditación y mejorar los criterios de gestión académica y administrativa. Por nuestra parte seguiremos trabajando en dotar a los estudiantes de una educación renovada, de calidad, crítica y útil para su desempeño profesional, orientando las decisiones por la excelencia y el compromiso con la Facultad y predicando con el ejemplo.

Finalmente, decir que nuestra facultad se inició 1990 con la carrera de Piscología en Santiago que se había fundado en 1983 con la universidad. 7 años pasaron para ser tener Facultad y Centro de Atención Psicológica, y luego más de una década para tener las carreras de Sociología y luego Trabajo Social y el Centro de Estudios Sociales y Opinión Pública. Luego vino la extensión de Psicología y Sociología a las sedes de Antofagasta y La Serena. El primer decano fue Arístides Giavelli, doctor en psicología que ejerció hasta el 200X, luego tuvimos como decano interino al profesor Luis Gajardo, sociólogo; para el 2010 elegir a la doctora en psicología María Teresa del Río, actual miembro de la Junta Directiva; luego de un breve interinato de Reinaldo Cifuentes, la profesora Juanita Crouchet ocupó el cargo hasta el abril del 2013. Todos, con las diferentes miradas y estilos, han contribuido a lo que hoy es nuestra facultad, con sus aciertos, logros y errores. Vaya para ellos, como equipo, nuestro reconocimiento y aprecio.