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De los delincuentes, los irrespetuosos y las buenas personas.

Por Agusto Cavallari Perrin, académico Facultad de Derecho Universidad Central de Chile.

El jueves 09 de junio, en una marcha organizada por la CONFECH, se produjeron destrozos y además significó graves desvíos de tránsito. Sin embargo, algunos estudiantes ingresaron en el templo católico de la Gratitud Nacional, rompieron vitrales y sacaron una imagen de Cristo y enseguida la destruyeron a golpes (como los linchamientos que se hacen con los delincuentes en las detenciones ciudadanas, que se muestran con frecuencia por la TV, y donde lo habrán aprendido, me pregunto yo).

Y justo en esos momentos alcancé a oír, en la calle, a bien intencionados conciudadanos, de que ahora debemos recordar las palabras de Pinochet, cuando señaló que terminarían por echarlo de menos, porque en el Chile actual el desorden es insoportable y no podemos seguir tolerando la delincuencia. Mientras que en el sector oriente, porque Santiago no tiene matices, o es oriente (donde está la gente de bien) o es sur (donde se sitúan aquellos que el orden), se rompió una gran matriz de agua, cuyo cuidado corresponde a la empresa Aguas Andinas, que aunque estaba avisada de la inminencia del problema, no hizo nada al respecto, lo que produjo severas inundaciones (incluso del Museo de los Tajamares) y la interrupción del Metro, que afectó a millones de personas.

Pero esto no hizo clamar por la resurrección de un general y a nadie se le ocurrió pedir mano dura, porque cuando una empresa deja la escoba con su indiferencia social, no es un tema de delitos (y es que en Chile no se sanciona severamente las conducta empresarial socialmente dañosa), y nadie repara en el tremendo desorden que causa.

Y cuando se habla de acabar con los delincuentes, suelen ingresar, en un mismo saco, a los que ejecutan los denominados portonazos (¿por qué no puede ser puertazos?), y a los destrozos que hacen los estudiantes en las marchas, porque todo parece una misma cosa. Pero resulta curioso que actividades que generan muchísimo daño social, nadie las considere como un tema de delincuentes.

Por ejemplo, en el sur, existe una terrible contaminación provocada por la marea roja (que es un alga), cuya culpa es del calentamiento global (del cual todos, y por eso nadie es responsable) pero muy pocos expresan que el tema tiene que ver con las empresas salmoneras. Eso ha generado inmensos trastornos, pero no surgen voces que clamen por meter presos a los autores ni que deba primar el orden. Pero sí dicen que de esto debe responder el Estado, no las empresas.

Y si alguien pregunta que de dónde va a sacar dinero el Estado, insisten que eso debe averiguarlo el propio Estado. Y volvemos al problema del dinero. Porque es un hecho que siempre falta el dinero. Más cuando se solicita incremento de tributos, surgen voces protectoras de las empresas (y no me refiero a pequeñas y medianas empresas, que se mencionan solamente en las campañas electorales, sino a las empresas de envergadura, que se reparten mercados en cuarteles de bomberos o en salones de clubes sociales) argumentando que con eso se pretende paralizar la economía y que jamás deben ser tocadas, porque para maltratar a alguien están los delincuentes, a los que hay que aplicar las penas del infierno.

Y como el tema es serio la falta de dinero tal vez explique paradojas de nuestras políticas de bienestar social, como el caso del Registro Social de Hogares (que reemplazó la Ficha de Protección Social), en el cual personas muy vulnerables obtienen altos porcentajes de manera inexplicable, lo que las priva de todo beneficio social, porque hay que evitar el despilfarro y sostener a toda costa la máquina de la función pública, mientras que podemos afirmar que los estudiantes en las marchas las hacen un grupo de delincuentes que solamente piden más plata, pero que, en todo caso eso le corresponde al Estado, que incluso debiera ser capaz de construir una máquina que vuelva de la tumba a militares difuntos, que sí sabrían qué hacer con tanto desorden, tanto pedigüeño y tanto delincuente.