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Daniel Sánchez Brkic: frente a la colusión

Por Daniel Sánchez Brkic, psicólogo, académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Central.

Los recientes y sostenidos actos de colusión que han ocurrido en nuestro país parecen no sólo inaceptables, sino traicioneros, egoístas y desafortunados. No es la colusión un aspecto meramente económico; al respecto, las discusiones suelen desviarse hacia el PIB, la desaceleración y la crisis económica lo que, sin dejar de ser importantes, constituyen lo que Van Dijk ha definido como puramente referencial en términos del análisis crítico del discurso.

Existe, sin embargo, una mirada también que requiere atención y hace referencia a los constantes atropellos que la ciudadanía recibe. La colusión en este caso vuelve a convertirse en un elemento que presiona a las estructuras sociales; como si fuese una costumbre la ciudadanía en general y quienes viven de salarios "reguleques" en particular cada día van siendo víctimas de un sistema que los pasa a llevar en diferentes ámbitos.

Las colusiones de todo orden vienen a demostrar, una vez más, que el sistema funciona, pero a un costo que no tiene cabida ni explicación. Los empresarios del país, las avícolas, las farmacias, las colusiones de financiamiento político -sólo por nombrar algunas- describen en su esencia el tipo de sociedad que algunos quisieran para Chile. Pasando este nubarrón y festín mediático de políticos desfilando por tribunales es muy probable que volvamos a votar por los mismos de siempre, terminemos comprando en los mismos supermercados y olvidando que alguna vez nos atropellaron, se escaparon, y las leyes que promulgamos para perseguir a los culpables terminan, como siempre, en el olvido, en alguna cocina macerando las especias que constituirán las nuevas formas de dominio, abuso y asimetría de nuestra sociedad.

Al menos desde el valle de algunos, nos queda lo que ha definido Gerardo Pisarello, como "la desobediencia civil" y para que, en el mejor de los casos, no dejemos de ser indiferentes.

Nuestra Universidad tiene una oportunidad excepcional de movilizar estas aberraciones, la posibilidad de trabajar con miles de estudiantes en la formación de una conciencia nueva, que los lleve a emprender una vida marcada por el pluralismo, la independencia y el compromiso con un mundo nuevo resulta una oportunidad inmejorable.

El profesor académico y, más aun, el proceso educativo deben estar al servicio de un país crítico; de generar en nuestro estudiantes la posibilidad de observar más que mirar; de distinguir más que reproducir y de creer en ellos. Esto puede convertir esta decepción en una inmejorable vida.

Los docentes jugamos un papel central. La investigación orientada a entender, explicar y comprender los fenómenos sociales, aporta con nuevos elementos de juicio y puede superar este momento gris y amargo.

Derridá mencionaba hace muchos años la necesidad de defender a la universidad como un lugar sin condiciones, donde todo debe y puede ser analizado y discutido. De ser así, una pedagogía crítica, metodológicamente democrática, humanamente comprometida, humilde, amorosa y rigurosa resulta fundamental. Nuestros profesionales, en definitiva, son los mismos jóvenes que marchan, exigen y se construyen en nuestras aulas, son los que tantas veces defendió Violeta Parra como aquellos "que rugen como los vientos cuando les meten al oído sotanas o regimientos".

La esperanza está indudablemente en ellos, en sus procesos y sus disonancias. Desde mi parecer, nuestros estudiantes tienen, como siempre, el poder de movilizar los procesos; nosotros, como docentes, el deber de abrir en ellos sus voluntades y atrevimientos para así de una vez por todas tomar posición.