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Jueves 29 de Septiembre de 2016

Cultura e Interculturalidad como Conceptos obviados en la Formación Inicial Docente

El profesor Alvarado es doctor en Ciencias Humanas. Filólogo y etnólogo. Profesor visitante de la Johann Wolfgang Goethe-Universitat Frankfurt am Main, Deutschland. Académico de la FACED y la Dirección de Investigación de la Universidad Central de Chile, cuenta con una quincena de libros y más de un centenar de artículos publicados.

Dr. Miguel Alvarado, Investigador de la FACED

Definido éticamente hoy, formar docentes es  enseñarles a transmitir cultura, pero sin clasismo y sin etnocentrismo ¿y qué ocurre cuando hablamos de cultura y de sus términos asociados, y no sabemos claramente de qué estamos hablando?

El concepto de cultura esconde una indeterminación, que lejos de ser una invitación a la multiplicación de las miradas resulta en un espacio vacío y por lo tanto estéril, es un no decir para perpetuar el silencio, para que la apelación ética quede suspendida en la levedad moral de ese sigilo. Pero en el pasado el concepto de cultura poseyó un cariz un tanto subversivo, algunos atribuyen a Goebbels la siguiente frase: “cuando oigo la palabra cultura, echo mano a mi pistola”, actualmente nuestra tragedia radica en que la palabra cultura es un no dice nada, es un no-decir, un recurso permanente y confuso, una renuncia a pensar la educación y por tanto la formación inicial de maestros.

El vacío infértil es el espacio que se produce en la cultura occidental donde no se dice nada, pero esa nada en la imposibilidad de realizar el pensamiento, contrariamente a como lo hace por ejemplo el budismo, que piensa en un vacío que es fértil, así la cultura introducida en la formación de profesores, como categoría, se transforma en un divagar manipulador. Se dice cultura cuando no hay mucho más que decir, cuando las palabas o están rotas o están ausentes. Decimos cultura para no decir nada. Pero es grave no decir nada cuando es necesario declamar, y si se trata de formar profesores es una irresponsabilidad escandalosa.

El actual proceso de reformulación de la formación inicial docente es ante todo un cuestionamiento frente a un movimiento social, concretamente hacia el movimiento estudiantil que deja en vilo a la clase política. Pero también es demostración de los límites  y precariedades de la capacidad interpretativa de las ciencias humanas, realizadas en remedo de las ciencias sociales extranjeras desde la crisis del modelo de sustitución de importaciones acontecida desde el inicio de la dictadura pinochetista. La ideología neoliberal no podía explicarlo todo, entonces categorías como las de: cultura escolar, capital cultural, curriculum culturalmente situado, fueron modos de romper con el análisis funcionalista como también con el  marxismo más estructural; cultura fue la palabra parche que no lleva a la comprensión sino al remiendo. Se apela al concepto de cultura cuando queda poco que decir.

Que el concepto de interculturalidad, como derivado del concepto de cultura, se origine precisamente en la Ilustración, nos retrotrae a lo más cardinal de la tradición occidental y, simultáneamente, a lo peor de nuestros etnocentrismos.

Uno de los principales errores del planeamiento de la formación inicial docente en el ámbito analítico, es el confundir ‘multiculturalidad’ e ‘interculturalidad’, asumiendo esta precisión, no como un imperativo intelectual, sino como la denuncia de una coartada.

La interculturalidad es una utopía, es el sueño de la transparencia comunicativa, donde, desde la perfecta correlación entre significado, significante y referente, podríamos lograr la comunicación total, casi como si realizáramos en el plano ideológico la destrucción ritual de la Torre de Babel; pero  no hay diálogo posible entre culturas si los valores no son reunidos en sistemas ideológicos, y si no son claramente confesos: sin culpa y sin pausa.