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Columna de opinión: ¿Hay algún concepto de universidad?

Rodrigo Larraín Contador es profesor titular de la Universidad Central de Chile en FACso y Faced en pre y postgrado. Sociólogo de la U. de Chile, maestro en Ciencias Sociales de Ilades - U. Católica de Lovaina; Master en Teología en Universidad Latina de Teología, USA; Diploma de estudios Avanzados de la U. de Granada de España.

 

Diversos especialistas clasifican las universidades chilenas según si son complejas –con docencia, investigación y vinculación con el medio–, docentes con vocación de complejas, sólo docentes, y otras más parecidas a institutos profesionales, pero con licencia para dar los grados. Todo eso hace que en Chile cuando se dice que una organización es una universidad el concepto no dice mucho, casi nada. Históricamente hubo diversas concepciones de universidad: napoleónica se decía de la creada por Bello, otros veían a Humboldt detrás de ella, más tarde Ortega y Gasset vino en su defensa, se creyó que junto con contribuir al desarrollo la universidad debía ser conciencia y concientizar. Llegó el oprobio de la noche anti intelectual y se la mutiló. Así fue como arrojada al mercado, perdió sus notas distintivas que, desde el siglo XII, la acompañaron. Y así hoy navega en la indefensión y la indefinición.

Posiblemente lo único en común que tengan todas las universidades, es buscar cuadrar los ingresos con los gastos y adecuarse, mejor dicho doblegarse, a las exigencias de la Comisión Nacional de Acreditación. Las cuentas se cuadran para enriquecerse o lucrar más, en algunos casos, o bien para ir saliendo adelante apretados por las estrecheces financieras, y esto vale para privadas o públicas, un horizonte de donde lo central es la plata. Las exigencias de la CNA se redoblaron una vez que estalló el escándalo dentro de ella misma; solucionaron el problema poniéndose más restrictivos con las entidades examinadas como si el delito fuera de ellas y de la acreditadora. Al menos paradojal. La acreditación es un mecanismo que no garantiza únicamente calidad académica, orden financiero que permita la viabilidad del proyecto, capacidad investigativa o de vinculación con el medio, también permite acceder a becas y otras formas de financiar a los estudiantes que ingresan a ella, es decir, para financiarse ellas mismas.

Por ello que queda poco espacio para proyectos originales basados en valores u opciones específicas, sean religiosas, filosóficas u otras. El contexto las hace a todas instrumentales, calculadoras, en suma, tecnoburocráticas. Las universidades en nuestro país exhiben sus características específicas sobre todo en marzo, en épocas en que es necesario diferenciarse para captar postulantes, aparte de ofrecer todas sólida formación y beneficios extraescolares varios, subrayan valores, definiciones e ideas ampulosas que se guardan nuevamente hasta el otro marzo ya que deben lidiar día a día con la dura realidad financiera de los controles externos los que, al parecer, se incrementarán cada día más. Y el día a día puede ser cruel, como lo muestra el caso de un profesor al que se le negó la licencia para enseñar en una universidad, parecía que estábamos ante un caso verdaderamente universitario de controversia sobre valores y principios que sostenía la universidad y que el profesor parecía no respetar; al final resultó ser una cuestión casi de UTP (unidad técnico pedagógica), pues el profesor había sido castigado por no pasar la materia. Y pensar que los adherentes al profesor reclamaron por la falta de libertad académica y era una cosa muy menor, una falta técnica de procedimientos técnicos y no una transgresión de valores.

Pero la orientación comercial de las universidades es producto de la arremetida contra la universidad de la dictadura que las encajonó en el autofinanciamiento y las obligó para subsistir a venderlo todo y en todas partes (las universidades de Chile y Técnica del Estado fueron amputadas de sus sedes regionales y las derivadas de las estatales terminaron con sedes espurias en muchas ciudades liquidando títulos de toda clases).

Necesitamos tener verdaderamente universidades con proyectos que sobrepasen las orientaciones del mercado y del Estado, que luchen por ser ellas y no rindiéndose ante estos dos actores determinantes, porque ahora la única diferencia la hace la plata. Si el ejercicio económico va bien se incrementa la extensión, el tamaño de la biblioteca la oferta de carreras de arte y otras menos rentables. Pero la originalidad del proyecto no puede estar en función de la plata, como el proyecto de la Arcis lo muestra bien. Otra cosa es la tecnoburocratización de la enseñanza en las universidades, pero ello da para otra discusión. Pero tengamos fe en que volveremos a tener universidades en forma.