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Lunes 7 de Diciembre de 2015

Columna de opinión: El permanente desafío de la educación inclusiva en Chile

María Angélica Valladares es Magíster en Educación mención Integración Pedagógica y Social de la U. Academia Humanismo Cristiano; profesora de Educación Diferencial mención Trastornos de la Visión, Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE). Encargada del área de Educación en el Fondo Nacional de la Discapacidad de Chile, hoy SENADIS, durante los años 1997 y 2009. Participa como par evaluadora de la Agencia Acreditación, es docente de pre y postgrado, en materias de inclusión. Actualmente es directora de la Escuela de Educación Diferencial de la Universidad Central de Chile.

A propósito de la celebración del día internacional de la discapacidad el pasado 3 de diciembre y la contingencia que ha generado la "Reforma de la Inclusión", en torno a la no selección de los estudiantes, surgen algunas inquietudes sobre cómo llevar a cabo la educación especial en nuestro país.


En la actualidad los elementos que hacen la diferencia en el desarrollo, participación y aprendizaje de muchos niños, niñas y jóvenes, se encuentran consignados y delimitados a diagnósticos clínicos, los cuales los hacen formar parte del aún elevado número de personas en el mundo, que por distintas características y necesidades siguen estando excluidos de los procesos educativos en Chile. Son precisamente estas personas, estudiantes, vecinos, parientes y muchos rostros conocidos, los que se enfrentan a diario con una serie de barreras educativas, culturales y sociales que generan permanentes dudas y desesperanza para ellos/as y sus familias, y a su vez, las que representan un desafío para el sistema educativo y para los profesionales de la educación en general.


Es así como los profesores diferenciales hemos intencionado la formación de los futuros docentes con una profunda orientación inclusiva a partir de tratados, normativas y tendencias nacionales e internacionales que respaldan una educación de calidad y con equidad para todos, dando énfasis en las prácticas pedagógicas. En ellas, los estudiantes ponen en juego un conjunto de competencias asociadas a la atención a la diversidad, pensamiento crítico y reflexivo, investigación, evaluación y planificación del proceso educativo con características inclusivas, orientación a la comunidad y al desarrollo de un clima propicio para el aprendizaje.


Igualmente deberíamos esperar una clara intención del sistema, a través de sus escuelas, de tomar decisiones curriculares flexibles, pertinentes, relevantes y ajustadas a las características y necesidades de sus estudiantes. Independiente de su origen socioeconómico, capacidad intelectual, etnia, género u otra particularidad, la cual no debería ser un problema ni una excepción, sino precisamente la esencia y riqueza de cada ser humano.


No es posible seguir sosteniendo que los colegios no están preparados para "ciertos niños", que se pone en riesgo la excelencia académica de la institución, ni que son necesarias estrategias y recursos "súper especializados". No puede seguir siendo "voluntaria" la decisión de los colegios sobre recibir a estudiantes con alguna discapacidad, ni tampoco aseverar que el problema está en el alumno y sus deficiencias o rarezas, menos que el nivel de exigencia es igual para todos y el que aprendió bien y el que no, es responsabilidad de otro.


Pareciera ser entonces que lo que no es permisible es alterar o cambiar la dinámica que se ha establecido desde siempre en nuestro país. No obstante, Chile, como tantos otros países, ha hecho la magnífica declaración acerca del efectivo ejercicio de los derechos humanos para las personas con discapacidad, establecidos en la Convención Internacional presentada por la ONU en el año 2006 y ratificada en el país el año 2008.


Con ello deberíamos saber precisar los elementos fundamentales para evaluar si una escuela genera espacios inclusivos en respuesta a la diversidad de sus estudiantes. La cual debiera tener una reconocida gestión y organización escolar que privilegie la participación y valoración de todos sus miembros. Una explícita disposición al trabajo cooperativo entre los profesores de educación general y especial, además de la puesta en marcha de valores compartidos que respeten la diversidad, la dignidad y los derechos de todas y cada una de las personas que forman parte de la comunidad educativa.


Si no seguimos este camino, el reconocimiento internacional seguirá enfrentado al permanente fracaso y atentará, en algún momento, la historia de cada uno de nosotros, quebrantando nuestros principios y valores personales.